31 octubre, 2011

LA MEMORIA DE LA MARIPOSA

¿No te ocurre como a mí?
¿O es que, acaso, has olvidado, tan rápido, el sabor de las sorpresas inesperados que comulgan de la complicidad literaria?
¿Quieres decirme, con honestidad, que no añoras, entre las gotas de la fina lluvia de hoy, salir a pasear de madrugada por las calles malolientes de Madrid? Robando horas al sueño, sustrayéndoselas al más incierto porvenir.
Quizá, ahora que nuestros relojes señalan la misma hora pero su significado es distinto, no adviertas la ausencia del sonido de un teléfono al que ya no deseas responder.
Sí, lo asumo, has olvidado tu punto de lectura en alguna página dura y descarnada, brutal, de ese libro que se cierra con una pregunta (que es la llave de otras y que, jamás, me vas a formular).
Ahora, entre los huecos mínimos que crea el agua en su caída libre, me pierdo en evocaciones... y maldigo mi mala memoria cuando el alcohol trasiega a sus anchas por mi sangre.
No te ocurre como a mí, ¿verdad?
Aún no has sentido el pavor de revisitar aquellos lugares y permanecer esquivo y ajeno a la realidad de este siglo, de cualquier siglo (sin ti).
Entre el filo de esos blanquecinos cojines habitan los miedos de una estancia que nos permitió atisbar un precipicio en el que, de un modo cauto, decidimos no adentrarnos.
Ya... ahora que las gotas de agua surcan el frío cristal en el que reposa mi perdida mirada, me miento e invento nombres para un perfil oriental que descubrí en el anonimato de las letras y que, hoy, en la pesada soledad de la noche, revolotea como una tenebrosa mariposa.
Alada y pícara... inalcanzable.

30 octubre, 2011

EL CAMPO DE LAS FLORES

Parecía un campo de flores, salpicado de los más puros y evocadores colores en una auténtica e irrefrenable tormenta de arcoiris en buena amistad.
Las parejas de enamorados paseaban, con parsimonia, embeleso y sonrisas cómplices, al amparo de los rayos de un sol plácidamente cálido para lo avanzado de la estación.
El hombre de la esquina lo observaba todo con detenimiento, permitiendo que su vista enfocase los detalles, para abrir a un plano más general en el que el escenario se introducía hasta las calles que, como ramificaciones, confluían en la bulliciosa plaza.
Y apuntaba, con el trazo hábil de su lapicero afilado, bocetos que, luego, abandonaba para iniciar, frenéticamente, alguna nueva creación.
De repente, todo se quebró a la velocidad inesperada de un rayo que cae, desde el cielo, en el medio de ningún lugar, sembrando, a iguales partes, de luz y miedo su alrededor.
Una sombra negra, fugaz y ágil, se encaramó a la fuente, concretamente a la estatua ecuestre que la coronaba, rindiendo homenaje a alguna victoria, en campo de batalla, que, a buen seguro, se cobró vidas olvidadas por el escultor... y por la Historia.
La confusión se hizo dueña de la escena y, por doquier, algunos huían, otros lloraban y, los más, permanecían absortos, observando las bombas que rodeaban el cuerpo del hombre que gritaba desde lo alto de la fuente.
Solo el hombre de la esquina mantenía la tranquilidad, terminando los detalles de una pistola que se asomaba por la ventana.
Justo cuando se oyó el sonido de un único disparo.

29 octubre, 2011

MUERTE MODERNA



Puede que fuéramos más felices cuando desconocíamos el significado de la palabra implementar.


Sí.


Cuando nuestro discurso no se hallaba salpicado de términos anglosajones que adoptan los más variopintos significados.


En aquellos instantes en los que la urgencia se personificaba en una tétrica llamada telefónica a altas horas de la madrugada y no, como ahora, en el intermitente parpadeo de una luz roja en nuestro dispositivo electrónico. Esa hospedería en la que cohabita la correspondencia pendiente de ser tramitada con las fotografías de nuestro últimos viaje transoceánico.


Sí.


Igual nos equivocamos al acceder a este expreso, veloz e inmisericorde, en el que, ni tan siquiera, nos han ofertado un billete de vuelta.


Miramos por la ventana y las estaciones en las que debieran de acometerse paradas han sido asoladas por el terror.


Es curioso, sonreíamos más cuando nuestra cartera pesaba menos y concedíamos una importancia muy liminal al hecho de que la tarjeta de visita estuviera impresa en ambas caras, en distintos idiomas.


Anoche, cuando las estrellas simpatizaban con la canción desafinada del otrora brillante vocalista, calculaste el precio satisfecho a este gigante que no dudaría en aplastarnos sin deparar una fugaz y última mirada a los ojos.


Maldita sea, perdimos la incertidumbre y la ilusión de introducir la llave en nuestro buzón, a la búsqueda de algo más que facturas.


Quiero creer que nuestros dedos aún sentirán dolor al sentirse exigidos por el mantenimiento de posiciones que, no hace tanto, se erigían en ejercicios propios del más avezado contorsionista.


Despedimos a nuestros sueños, conforme el número de guarismos que poblaban nuestro recibo de salarios crecía (en un acto coetáneo a nuestra posición de genuflexión).


Ya no sonríes cuando escuchas el timbre de aviso de tu teléfono móvil.


Habitamos indumentarias a medida que esconden el resquemor de nuestros castigados cuerpos y nos miramos a espejos sin reconocer la imagen que nos resulta devuelta.


Estudiamos las innovaciones cosméticas para no descubrir, al exterior, los impactos que las noches sin dormir dibujaron en el contorno de nuestros ojos.


Nos especializamos en extensas cartas de comida oriental y preterimos el suave y sutil amor con que se trabajaron los platos cocinados en la estrecha cocina de un apartamento casi inhabitado.


Quizá ya ni el delicado sabor de este malteado que pacifica nuestras sienes nos repare como la primera vez.


Nuestra muerte no dejará rastro, decidimos que nuestra vida tampoco lo hiciera.


Ni siquiera alguien se encargará de guardar nuestras cartas de amor en una vieja caja de hojalata.

25 octubre, 2011

NIHONRYORI


A D. José Aróstegui, por la certera (y sutil) precisión. Suyo. Siempre.

Se adivinó siguiendo el recorrido del plato de niguiri de salmón, en su camino mecánico por la cinta transportadora.
Recordó el agrio sabor del tequila.
Se antojó ebrio, recorriendo las callejuelas oscuras de esa ciudad desconocida, golpeando su cuerpo en cada recoveco.
Antes había acaecido aquel dudoso episodio de whisky y vidrios rotos, y un duelo a muerte, con palabras malsonantes, aderezado con la música de fondo de Johny Cash.

Ahora, absorto en la procesión de platos orientales sobre el camino construido, temía que no existía más opción que continuar huyendo.

Desde la quietud de la insana intoxicación etílica, con la vista suspendida en un ayer elocuente y no necesariamente evocador.

Enfrente, una joven pareja se dedicaba carantoñas y él construía, con la servilleta, un ramo de flores...
Papiroflexia - se dijo.

Nadie colocará flores en mi tumba... porque no llegaré a caer tan bajo -y la frase adoptó la forma de estrofa en su cabeza.
Necesitaba algo más de alcohol.
Pidió una cerveza, y la camarera le ofertó dos marcas inexplicables.
Contrariado, se levantó de la incómoda silla de plástico y derrumbó la arquitectura gastronómica en movimiento.

La sala quedó en silencio.

Él tiró unos billetes arrugados... y se marchó.

22 octubre, 2011

LAS NOTICIAS


Atesoraba aquellos papeles entumecidos por el tiempo como una joya de incalculable valor.
Mantenía una rutina estricta.
Cada sábado por la mañana, una vez que había disfrutado de un frugal desayuno, las más de las veces un café recalentado apenas cortado con un hilo de leche fría, abría la caja de madera y, con sumo cuidado, los extraía.
Los desplegaba, uno a uno, hasta que cubrían la mesa del salón y, solo entonces, descorría con, parsimonia y ritual, la cortina, para que la luz penetrara en la habitación, inundándola de luminosidad.

Entonces, se sentaba y permitía que su mirada los analizara, primero de un modo global y, después, deteniéndose en cada uno de ellos, siguiendo una mecánica cronológica, recuperando cada evento según fue narrado en aquel corto espacio temporal.
Y los recuerdos se apretaban en su mente, como el gas de una bebida que ha sido agitada empuja el tapón con presunción y fiereza.
Al acabar, indefectiblemente, cuando volvía a recoger los papeles y anudarlos en una goma elástica, las lágrimas bañaban su rostro.

Recuperaba la última imagen de ella, tranquila y confiada, justo antes de coger su bolso y marcharse.

Para no volver... jamás.

16 octubre, 2011

LA INCERTIDUMBRE DE LA ETERNIDAD

Ya solo la sombra de tu fantasma habita en los recovecos de las habitaciones transparentes.
El texto del adiós quedó olvidado entre un legajo de documentos mucho menos perentorios.
El alguacil visitó todas las estancias, apagando las luces olvidadas, pero descubrió notas manuscritas que revelaban más de lo que podía asumir.
Incluso los relojes se detuvieron cuando escucharon aquel taconeo firme e indubitado.
La madera crujía de dolor al sentir esa postrimería en forma de despedida artística.
La luna se balanceó en el lecho de estrellas que la esperaban para acunar un sueño interrumpido.
Los coches se pararon aunque los semáforos estaban en verde.
La Gran Vía escupía fuego a la estatua de la diosa Cibeles.
Madrid escribía un epitafio desaforado de dolor resquebrajado.
Los niños lanzaban sus sonajeros al suelo, pidiendo un segundo más de comprensión.
El vigilante arrancó aquellos papeles, los depositó en el buzón más próximo...
Desconocía la dirección en la que los esperaban... pero era de ley que no fueron custodiados por el olvido.
Y reposaron en la incertidumbre de la eternidad.

07 octubre, 2011

CUANDO YA NO QUEDE NADA


No sé si hoy o en cinco años...
Desconozco el instante preciso en el que, sin temor, pueda pregonar la locura de amor que nos abraza.
No importa.

Puede que, como las olas del mar con las rocas, intenten erosionar nuestra integridad y uniformidad.

Erraran... y apenas será el golpe de un púgil que, ya noqueado, pretende lanzar un último guante hacia el título.

En el febril espejo de mi puerta, el reflejo ha decidido apostar por la lucha... como años atrás, cuando las esquinas eran las estrechas vías por donde se huía de la clandestinidad a un paraíso encontrado de besos y abrazos robados sin previo aviso.

No busquen en los mapas... no hallarán la huella de nuestros pasos en ellos... ni tan siquiera un atisbo de su presencia.
Hoy, en tu figura que descansa con elegancia al lado de mi pecho, recupero la fe de una creencia infinita, mientras las nubes se quiebran en un horizonte teñido de color magenta.
Deslavazo palabras robadas a mi sentimiento y cuento los minutos que restan para que tus ojos, adormecidos, saluden, sin excesivo vigor, la luz del nuevo día.

Nadie va a entender mi canto... mi sentido deletrear los bombeos de sangre de un corazón atado a tu respirar.

Puede que el cielo, el eterno testigo del escondite, de este juego equívoco y maltratador, cierna sobre esta mañana una repentina y elocuente oscuridad.

En el fondo de mi pecho, retumba una voz que proclama, sin miedo a ser escuchada, que no me faltarás cuando ya no quede nada...

Nada...

02 octubre, 2011

EL RUMOR DE LA DESPEDIDA

Nadie lo va a entender.
Es un susurro débil, y apenas perceptible, que acaricia el cúmulo de hojas caídas por el otoño.
Un gemido sutil y acompasado.
El pellizco tétrico y sibilino del viento cuando dices adiós.
Los edificios enmudecen desde su ingente soledad.
Las luces de los semáforos detienen su colorido movimiento.
Las palomas se refugian bajo el calor abotargado de los motores de coches mal estacionados.
Las chicas que escapan de sus clases de universidad no sueñan con un mañana mejor, ni siquiera ansían ese mañana.
Las hojas del diario relatan un curioso asesinato serial todavía sin resolver.
Las flores han tornado mustias.
Todos los ascensores quedaron trabados en el hueco de la planta que debía de numerarse con un revelador trece.
Las azafatas no saludan a los miembros del décimo congreso de enfermedades incurables.
Mi habitual proveedor de sustancias ha abrazado la fe católica.
La señal de televisión codificada solo emite programas de cocina.
En el reproductor musical, desde que tu anuncio resquebrajó los sentidos y las orientaciones de la rosa de los vientos, Dylan ya no sabe rimar.
En la pared donde alguien inscribió aquella historia, levantaron un mastodóntico centro comercial.
El cuerpo de los correos electrónicos que pensaba enviarte quedó bañado de monotonía.
Adiós es un cuchillo ensangrentado, silencioso y ágil como el rumor de la despedida.