30 junio, 2010

CONTRASTES (DE ROJO Y NEGRO)


Eres roja y negra.

Quizá no un negro inamovible, pero sí lo suficientemente intenso como para herir (que es dolor y es doler).

Los espejos se han quebrado y mi imagen, como antes, tampoco se refleja en ellos.

Sorprendida, adviertes que tu silueta no se encuentra plasmada en los pedazos de cristal (y, curiosamente, recuerdas una anécdota interpolada en una novela que decidiste no acabar... para no cuestionarte con sus preguntas).

Eres roja y negra.

Los discos de vinilo se han estropeado y su música ya no es la ópera que soñaste compartir en palacios temporalmente arrendados.

Las banderas ondean sin sentimiento entre un viento cuyo nombre de pila fue aire... y ruido.

Los músicos han guardado sus instrumentos en las fundas de piel y, en la barra del bar, comentando que los encontraron desafinados durante la actuación... pero nadie pareció percatarse.

Los viejos camareros han olvidado tu presencia y guardan sus secretos juegos de palabras para impresionar a otras mujeres que, sin embargo, no adivinan la pureza y altura del artificio.

Eres roja y negra.

Ya no contestas a las misivas.

Ya ni siquiera las esperas.

Te has vuelto roja y negra.

27 junio, 2010

LOS DEMONIOS


Los demonios volvieron a aparecer.

Mientras llovía y la luz se refugiaba en la mayor de las oscuridades.

Me visitaron.

Se sentaron a mi mesa y quisieron concelebrar una cena despiadada y horrible.

Me visitaron.

Y juraron, en su despedida, que no volverían a inquietar mi sueño.

Pero lo hicieron.

Sin piedad.

Sin caridad.

Y sin temblor.

Con crueldad y presteza.

Sin titubeos.

Mientras llovía y la luz se refugiaba en la mayor de las oscuridades.

LA TORMENTA


Puede que no sintieras nada en la madrugada de ayer.

Mientras los taxis recorrían Madrid en una aceleración vertiginosa y deambulatoria.

Puede que ni siquiera tomaras en consideración esa punzada en alguno de tus dos corazones.

Cuando las abultadas gotas de agua golpeaban los tejados.


Y, sin embargo, mis sienes rebotaban, profundamente alteradas.


No recuerdo si fue en un momento de desmayo o de terror.

Rememorando aquellas interminables horas en los jardines de una ciudad casi desconocida y ambigua.

No recuerdo si fue en la primera de las noches, y quizá tampoco quiera hacerlo.

Porque la memoria me haría caminar en una línea vertiginosa que comulga del temor y el vacío.


Y, sea como fuere, la noche bañaba de oscuridad... y era solo oscuridad.


Hoy no volverá a llover.

Hoy no recordaré tus sonrisas.

Ni tan siquiera, tus infantiles súplicas ante las que me rendía como un pequeño consentidor.

Hoy no volverá a llover.

Quizá nunca lo vuelva a hacer.

Y pierda mis pasos en la Calle Acuerdo.

Tambaleando mis pasos por los devastadores efectos del alcohol.


Rezando por una lluvia que me devuelva tu despiadada presencia.

25 junio, 2010

RECUERDO


Tu pelo.

Tus ojos verdes.

Tu sonrisa en tus mejillas.

Tu brillo.

Tu verbo grácil en la blogia fértil.

Tus besos escondidos.

Tus territorios prohibidos.

Tus escondrijos.

Tus silencios.

Tus miedos.

Tu sinceridad.

Tu creencia.

Tu palabra.

Tus manos recorriendo cada entraña de mis entrañas.

El calor de tu abrazo.

El acompasado vaivén de tu respiración dormida en mi pecho.

Tus ojos verdes.

Tu pelo.

Tú.

Tú... mi sueño.

24 junio, 2010

EL ÚLTIMO RAYO DE SOL


Yo volví mi mirada antes de dar el tercer paso...

El tercero de la despedida.

Y juraría que vi tu gesto torcerse, como en una mueca de dolor y resignación.

Pero igual fueron los cristales oscuros los causantes de esa turbiedad.

Después, sonó la música.

Y era una antigua canción de folklore, versionada con guitarras y una voz áspera.

Yo la había escuchado varios días atrás.

Repasé las letras escritas... y la evidencia afloró.

Junto con la más pura amargura... en una rima consonante e inapropiada.

El sol golpeaba con crudeza la tarde irisada de una capital algo menos anónima.

Y, mientras caminaba intentando esquivar el tráfico, el semáforo puso su disco en rojo.

Cierto mendigo me colocó un vaso de plástico y solicitó algo más que mi caridad.

Me descubrí, estúpidamente, buscando monedas en un billetero de piel.

Y volví mi mirada, nuevamente...

Cuando ya nada podía ser atisbado.

Cuando, irremisiblemente, tu rostro, contrariado, se personaba en mi memoria.

Y la canción acabó.

Como el último rayo de sol, se escondió entre los rascacielos.

23 junio, 2010

APOLOGÍA DE LA CONTROVERSIA


Apología de las controversias.

Reductos de los conatos de enfrentamiento.

Cajas de madera que atesoran nuestro cariño, que lo custodian con mimo.

En la distancia...

Y en los ingratos recuerdos.

En la hiel que se inoculó en nuestras heridas.

En la zozobra de los naufragios asumidos.

En el compás de los lamentos.

En el dolor de los silencios.

En los surcos de las lágrimas que recorren nuestras mejillas.

En la incomprensión de los malentendidos.

En la amargura de los fraseos ajenos en los que nos vemos retratados.

En las indefiniciones del tormento.


Apología de la controversia.

Respuestas formuladas a preguntas equívocas.

Preguntas que permanecen sin respuesta.

Palabras que iluminan con un marcado sesgo de terror.

Dicciones episódicas que lastiman y devastan a su paso.

Compungidos hipidos que esconden y pretenden disimular nuestra debilidad.

La bajeza de los estratégicos ataques sin respeto a las normas de cortesía.

El temblor que provoca, en los ritmos cardíacos, un aviso rojo que parpadea sin cesar.


Apología de la controversia.

Horas extrañas.

Epílogos inacabados.

Prólogos corregidos.

Futuros obviados.

Pasados cubiertos de maldición.


Apología de la controversia.

21 junio, 2010

LA LUNÁTICA


Ella era lunática mucho antes de que la gente lo advirtiera.

Incluso, varios años antes de que los primeros rumores de que caminaba por los tejados, en las noches de luna llena, llenaran las tertulias de los cafés.

Quizá, aunque ese extremo nunca pudo ser confirmado, las palabras comenzaron su errático camino la madrugada en la que apareció, sonámbula, portando un cuchillo y con el camisón hecho un cúmulo completamente infame de jirones.

Desde aquel día, la encerraron en una de las habitaciones abuhardilladas y, en el silencio de la madrugada, los más avezados decían escuchar el fino sonido de unas uñas arañando la madera de las puertas que la recluían de la libertad.

Así, hasta que, cierta medianoche, un cuervo se estrelló contra los cristales de sus ventanas y la mujer escapó, de un brinco acrobático, de su cruel estancia fortificada.

La encontraron, con las piernas colgando, sentada en el filo, mirando hacia el vacío.

Con el vacío en sus ojos... y una calma que aterraba a los hombres más pausados.

Nadie osó molestarla.

De este modo, día tras día, noche tras noche, lluvia y sol, nieve y viento, la lunática permanecía en las alturas, cambiando de guarida pero siempre a la intemperie.

Una mañana, el hombre que se ocupaba de apagar las farolas, sorprendido, comprobó que, en ninguno de los tejados del pueblo, se hallaba la loca.

Y dio parte a las autoridades.

Pasaron las jornadas, se dictaron edictos, se organizaron búsquedas y retenes... pero todo fue en vano.

Tres meses más tarde, un viajero se hospedó en la única posada del pueblo.

Pidió una habitación con ventanas y mucha luz.

Durante la noche, asustado, escuchó como un crujido de cristales y un revoloteo asustado.

El hombre acudió a la recepción.

Musitó un nombre de mujer, mientras sostenía una mirada vacía del más profundo vacío.

20 junio, 2010

ALLÍ


Allí.

Donde la luna nos bañó con su blanca luz de deseo.

En los pliegues escondidos de los amaneceres más apasionados.

Allí.

En ese lugar que descubrimos casi por casualidad.

Allí.

En los recuerdos olvidados, en la sede de las más plácidas y lunáticas ensoñaciones.

Un escondite para la sensibilidad, un remanso de espacios escogidos para la eternidad.

Allí.

Es curioso cómo encontramos nuestros episodios aventajados cuando apenas existía una mirada común.

En un feudo que desconocía las palabras y los latidos del acompasamiento que nos regalamos... para, después, olvidar.

Allí.

Hoy he sentido esas mismas punzadas.

Como en aquellos escondrijos abiertos, cubiertos de tambores... y dolor.

Las campanadas de la iglesia han vuelto a sonar... y es una sinfonía electrónica que ahoga mis respiraciones interrumpidas.

Allí.

En un cruce de caminos en el que el mar dibujaba, y lo seguirá haciendo durante siglos, una curva sobre tu espalda desnuda.

El esquivo inicio de lo que comenzó como sueño para mutar en horrible pesadilla.

Allí.

El templo de un cúmulo de adjetivos convertidos en futuribles baldíos y yermos.

En la guarida descubierta de las fieras que escaparon de sus prisiones oscuras.

Allí.

Vuelve a caminar por esas calles en las que aguardé tu primer sí.

Allí.

Donde me prometí nunca jamás regresar.

18 junio, 2010

LA MARIONETA


La marioneta está triste.

Arrebujada en las frías láminas de parquet de un escenario a contraluz.

El desconsuelo reina en su cara... y ni siquiera el maquillaje permite evitar el devastador efecto de la desazón y el apesadumbramiento.

Se siente incómoda en su peculiar, y brillante, traje de noche...

Una fuerza inusitada la atrae, como si de la gravedad se tratara, hacia la más inexorable caída.

Y siente que todo su arrojo se ha convertido en parsimonia y temor.


La marioneta está triste.

Esconde su dolor en silencios (sostenidos con la fuerza del propio aguante) y en el calor de un aplauso que, sin embargo, no le resulta suficiente como para justificar sus errores.

Ha impostado demasiado la voz en cada una de sus intervenciones y, ahora, tendida en el suelo, cierra sus ojos, ultrajando sus más íntimos principios.

El telón ya ha caído, pero su batalla no ha hecho más que comenzar.

Las luces parpadean... antes de apagarse.

O, igual, ya se apagaron.

Las brújulas desorientan con vigor cuando los ojos están cerrados.


La marioneta está triste.

Ninguno de los que aplaudieron lo supo advertir.

Se levanta tranquila y camina hacia su camerino.

Alguien dejó preparada una copa de champagne helado.

La mira, con los ojos entornados, con su mirada felina.


Bebe con rapidez... y arroja la copa al suelo.

La marioneta está triste.

Las luces de los veinticuatro horas continúan encendidas.

Pero el neón no es la luz que ella esperaba.

Y aguarda, en silencio y en tristeza, la llegada del día.

15 junio, 2010

DESASTRES COTIDIANOS


"Y si te dicen que duermo de día, y es verdad, y es verdad... No te olvides que soy grande porque tengo multitudes que me esperan afuera". No son horas. Andrés Calamaro.


Desastres cotidianos.

En la cocina, en el baño, en el patio de vecinos y en la cuerda de tender.

Pánico de un martes anodino.

En las venas, en la mente y en el acompasado bombear del corazón.

Horror de parajes olvidados.

En los patios de la escuela, en los bancos de los parques y en las habitaciones, previamente reservadas, de hotel.

Miedo a la inspiración en su secarral.

En los versos, en las postales y en los cuadernos adornados con flores árabes.

Catástrofes manifiestas.

En las hojas garabateadas y arrancadas, en el papel metal que reposa, usado, en las papeleras y en los cruces para peatones manchados de sangre carmesí.

Lamentables desgracias.

En los calendarios de fechas tachadas, en las cubiertas ajadas de agendas regaladas y en las notas olvidadas en el primer cajón de las mesas ajenas.

Sucesos inclasificables.

En el champagne amargo, en las fresas que se han agriado y en las piezas de sushi que enmohecieron esperando su oportunidad.

Desastres cotidianos.

En las taquillas de entradas agotadas, en las plateas vacías y entre las bambalinas donde susurran nuestros fantasmas.

Desastres cotidianos.

En las venus despistadas, en las lunas violadas y en las estrellas que apagaron su luz.

Solo, y nada más que, estos desastres cotidianos.

12 junio, 2010

LA TABERNA


Ayer me hablaron de ti.

Fue un comentario negro (y de negro), deslizado en el desarrollo de una conversación, hasta ese momento, intrascendente.

Y el tiempo se retrotrajo a otros momentos dibujados con líneas negras en la bóveda y luminosidad de estrellas que desaparecían ante arrolladores amaneceres.

Ayer me hablaron de ti.

Y fue todo negro.



Hoy, ahora que todo ha comenzado a rodar, me invitaron a una taberna JJ.

De repente, y ante mi negativa inicial, pensé en un libro sobre Dublín y en el libro de Dublín.

Recordé, como por casualidad, un día, pero no cualquiera, en la terraza de una ciudad en llamas.

Y un cuchillo lastimando la fiereza de un rojo pasional.

Sonrisas y besos que, quizá, no existieron.

O que, de hacerlo, no se secuenciaban a idénticas pulsaciones.

En el patio interior, en el que se esconden los monstruos que me visitan cada noche, se escuchaba el tintineo de las gotas de agua sobre la marquesina.

Llovía, no tan inesperadamente.

Y todo era negro.



Caminé hasta la mínima biblioteca.

Extraje el volumen y leí varias páginas...

Introibo ad altare Dei.

Lo devolví con el aterrador sentimiento de descubrir que estás accediendo a un recinto en el que, todavía, no esperan tu visita.

Quizá nunca lo hagan...

Y lo más que puedas celebrar sea el robo de sensaciones vividas a diferentes ritmos.



Dentro del libro, todo era negro.

Fuera de él, nada existía.

10 junio, 2010

WARNING


Ya no hay palabras para la posteridad.

Ni acuñadas en frontispicios de belleza...

Si observan miedo a lo que puedan encontrar, mejor no se adentren en estos pasadizos.

Sonrían o lloren. Ningún sentimiento daña (posiblemente) más allá del lugar de su nacimiento.

¿Acaso no percibieron que Warning, comienza con uve doble?

Ella tampoco pensó que las arenas movedizas fueran tan profundas.

Los poemas no se terminan, ni las canciones, se abandonan... o nos abandonan (ellas, siempre).

Quisiera imaginar que la pluma con la que escribo ha pasado por las manos de los seres más atribulados y despechados, de aquéllas que, con Emile, coronaron las cimas de la desesperación.

Pero la imaginación no concilia, adecuadamente, con otros deseos.

Ya no hay cuchillos, tampoco, para la posteridad.

¿A quién le importa el futuro más allá del mañana (de hoy)?

¿De dónde extrajeron esa maldita conciencia de su remordimiento?

El despertador no sonará, no será necesario.

Alguien duerme a mi costado (pero ya se marchó).

Warning...

No descuiden su espalda... si esperan algo de (su) mañana.

09 junio, 2010

LETANÍA DEL NO


No, esos ojos verdes no merecen llorar.

Al menos, no por futuribles probables que, no obstante, jamás sucederán.

No, esa mirada no puede verse enturbiada.

Jamás. Ni siquiera por el presagio de una catástrofe que no ha de llegar.

No, esas manos no pueden cerrarse, en puños fatídicos, dolientes.

El murmullo de ecos pasados no propiciará ningún fracaso futuro.

No, esos labios no han de contraerse con temor.

Las rarezas de los comportamientos, el dolor de los silencios, no volverán.


No, esa cama no acogerá un nuevo episodio de incomprensión.

No, ningún hálito variará la ruta escogida (ésa que, salpicada de obstáculos, concluye en el más alto Paraíso).

No, no habrá palabras dedicadas a otros besos, a otro brillo, a distintas confidencias...

No, no importan los relojes, ni las pulsiones de la obligaciones, ni las voces en los mentideros...

No, ninguna aseveración significaba abandono.

No, el cansancio no habitará en la morada.

No, no existirá lugar para otro lugar que no sea (aquel) Lisboa.

No, no me resisto a pensar que perderemos esta batalla.

No, no sin concedernos el pulso de la lucha.

No, no sin mirarnos a los ojos, una vez más.

No, confía... no marcarás ningún martes más en rojo en el calendario.


No, no, no...


Todos estos noes por un simple (y alzado) sí.

06 junio, 2010

SUCESIÓN DE CATÁSTROFES


El encargo parecía sencillo de acometer.

Trasladar el féretro desde el cuartel en el que había acontecido el fatídico accidente (desafortunado, según las palabras del Informe de investigación oficial) hasta la localidad natal del recluta.

M., italiano enrolado en el ejército de modo tardío, tras haber fracasado (con estrépito y rotundidad) en sus aspiraciones universitarias, se ofreció a su Coronel para conducir el vehículo, coincidiendo con el carácter de paisano del finado.

El Coronel accedió.

M., estaba satisfecho.

Era una oportunidad inmejorable para poder visitar a su familia y amigos, obteniendo un permiso que, de otro modo, no le hubiese sido concedido.

M., además, tenía planes.

Según le habían indicado, todos los documentos necesarios, en caso de inspección durante el trayecto, se hallaban en la guantera del coche (una berlina oscura, de cristales traseros tintados y que, por motivos de seguridad, llevaría las cortinas cerradas, impidiendo que se pudiera ver la caja mortuoria).

La distancia entre el cuartel y su localidad era de unos cuatrocientos cincuenta kilómetros, lo que obligaba a realizar, al menos, una parada para descansar.

"No tengo más que decirle, muchacho. Hoy es usted el hombre que representa los valores del Ejército. Haga su trabajo por la Patria... y transmita nuestras más sinceras y apesadumbradas condolencias a los familiares" -dijo el Coronel, mientras se cuadraba y un ruido hueco salía de los tacones de sus botas.

M., salió despacio.

Acongojado y triste, por saber la identidad de su especial compañero de viaje; feliz e inquieto, conocedor de las aventuras que se avecinaban.

Eran las nueve de la noche.

El entierro estaba previsto para las once de la mañana del día siguiente.

Los periódicos, en aquella semana, reflejaban tres imágenes recurrentes.

El velatorio, vacío y expectante, de un cadáver que no aparecía.

Las explicaciones, asépticas y confusas, dadas por un Coronel en rueda de prensa sin preguntas.

Las lágrimas, desconsoladas, de una mujer que, cruzada de piernas, atisbaba el cruce de carreteras que daba entrada al pueblo.

En la retina de M., sin embargo, quedó otra imagen bien distinta.

Era la de un vehículo con cortinas corridas que resultaba iluminado, por luces de neón, mientras el picor de algo aspirado de la piel desnuda del bajo vientre de una mujer, se colaba por su nariz.

NUESTRO HIROSHIMA Y MI VIETNAM


Yo no voy a renegar de lo pasado que, para bien o para mal, es ya pasado (y no va a volver).

Tú disfruta de las luces, de los sabores, de las especias, de los manteles bordados, de los olores inenarrables, de las burbujas doradas y de las pepitas rosadas de cielo que arrancaste a la belleza para arrastrar por tu garganta.

Yo construiré, con las oscuridades, con las tinieblas, con la lluvia, con los vientos, con las habitaciones vacías, con las reservas canceladas y con las copas de cristal rotas, un magnífico monumento al horror en el que refugiarme a dormir durante el resto de mis dolorosos insomnios y mis suspiros.

Quizá no lo recuerdes, pero ya tuvimos nuestro Hiroshima... y mi Vietnam.

No espero que el alivio de la noche me visite con bellas palabras.

No aguardo, en esta peculiar cárcel de palabras, ninguna reducción de condena, ni permiso penitenciario.

Comparte, con las risas cómplices de esas subalternas compañeras, esos instantes en los que descubriste que, tras el rostro angelical, puede esconderse un auténtico virtuoso de otros más profundos placeres.

Nadie comprenderá el sentido de esas palabras escondidas en el océano de la publicidad.

Y tú, quizá, preferirás juguetear, pellizcándote ligeramente, en alguna terraza con vistas al mar.

Y yo, a buen seguro, reposaré (sin descansar) a los pies del monumento erigido en honor del horror.

04 junio, 2010

EL PRELUDIO DE LA BATALLA


Resguárdate, bien parapetada, en la máscara de tus silencios, jugados con una marca de ingenuidad y suficiencia.

Resguárdate.

Voy completamente armado. He recuperado mis viejas técnicas de mariscal y he afilado el repertorio de mis más temibles estrategias.

Pero no temas, mi violencia no hiere... y aún no caí en los pecados de la nariz o en esos otros intravenosos.

Recréate en esas estampas tricolores de nostalgia y engaño. Son imágenes fácilmente adaptables a un guión cinematográfico que te reportaría, por la escenificación del papel secundario (no lo olvides, el principal sale siempre victorioso o, en su defecto, se haya constituido por un perdedor habitual), lindos segundos de flashes y aplausos en la alfombra roja.

Recréate y no escuches a esa multitud que, en una plaza aneja, se desgañita, reclamando que el fraude golpea más certero cuando hay cierto nihilismo.

Algunos portan pancartas impetrando la muerte del "laissez faire, laissez passer".

Resguárdate y recréate... presuntuosa, segura e inquieta.

Hay plegarias idénticas dirigidas a deidades plurales.

Puedes guarecerte del aguacero, ¿pero conseguirás encontrar un paraguas que te cubra de la incertidumbre de la corrección de tus interpretaciones?

Es curioso.

Desde este oscuro agujero de paredes altas, no se escucha el oleaje...

Y, sin embargo, sacando brillo a mi tercio de artillería, siento como si el salitre penetrase en mi lengua (dispuesta a atacar).

01 junio, 2010

MAGIA


No me reconozco en esas fotografías de apenas hace un par de meses.

¿Cuántas noches de Dry Martini han asolado, desde entonces, mi castigado hígado?

Me muestro incapaz de adivinar algún rastro familiar en mi sonrisa de jugador confiado.

¿Son trece (y no por casualidad) las apuestas que he perdido desde aquellas noches de primavera aventajada?

Observo, con detenimiento, el pañuelo que rodea mi cuello y me inquieta que hubiese podido amordazarme.

¿Habré renunciado a insultar al aire por una mera corrección política (la revolución dirigida por unos gritos que jamás pronunciaron mi nombre?)

He revivido, durante todo este tiempo, miles de veces, esos dos lugares comunes.

Y no he entendido aquella llamada, la de tu despertar en una cama compartida.

Y me ha desconcertado no encontrar, entre mis notas, más que apuntes gestuales de algo que, alejado del lirismo, quizá solo resultara animal.

Maldita sea, ¿ustedes tuvieron la sensación de no reconocerse en sus sonrisas pretéritas, en sus afectados ademanes, en su manera de posar ante la cámara, en su arquitectura vacía de muecas forzadas?

Hay un tren que me espera... y he corrido las cortinas para que los cristales no reflejen imagen alguna.

No me reconozco en el viajero que ocupa mi asiento.


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La magia se acaba cuando descubres el lugar en el que se coloca el ilusionista y sus rápidos movimientos.

O cuando eres capaz de desasirte de la subyugante sonrisa de su partenaire.

Jugando a tres centímetros de tus labios, lo que antes hubiesen sido sinceros besos, ahora se convertirían en severos salivazos.

¿Y quién sabe quién y cuándo es uno mismo?