18 junio, 2010

LA MARIONETA


La marioneta está triste.

Arrebujada en las frías láminas de parquet de un escenario a contraluz.

El desconsuelo reina en su cara... y ni siquiera el maquillaje permite evitar el devastador efecto de la desazón y el apesadumbramiento.

Se siente incómoda en su peculiar, y brillante, traje de noche...

Una fuerza inusitada la atrae, como si de la gravedad se tratara, hacia la más inexorable caída.

Y siente que todo su arrojo se ha convertido en parsimonia y temor.


La marioneta está triste.

Esconde su dolor en silencios (sostenidos con la fuerza del propio aguante) y en el calor de un aplauso que, sin embargo, no le resulta suficiente como para justificar sus errores.

Ha impostado demasiado la voz en cada una de sus intervenciones y, ahora, tendida en el suelo, cierra sus ojos, ultrajando sus más íntimos principios.

El telón ya ha caído, pero su batalla no ha hecho más que comenzar.

Las luces parpadean... antes de apagarse.

O, igual, ya se apagaron.

Las brújulas desorientan con vigor cuando los ojos están cerrados.


La marioneta está triste.

Ninguno de los que aplaudieron lo supo advertir.

Se levanta tranquila y camina hacia su camerino.

Alguien dejó preparada una copa de champagne helado.

La mira, con los ojos entornados, con su mirada felina.


Bebe con rapidez... y arroja la copa al suelo.

La marioneta está triste.

Las luces de los veinticuatro horas continúan encendidas.

Pero el neón no es la luz que ella esperaba.

Y aguarda, en silencio y en tristeza, la llegada del día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario