04 junio, 2010

EL PRELUDIO DE LA BATALLA


Resguárdate, bien parapetada, en la máscara de tus silencios, jugados con una marca de ingenuidad y suficiencia.

Resguárdate.

Voy completamente armado. He recuperado mis viejas técnicas de mariscal y he afilado el repertorio de mis más temibles estrategias.

Pero no temas, mi violencia no hiere... y aún no caí en los pecados de la nariz o en esos otros intravenosos.

Recréate en esas estampas tricolores de nostalgia y engaño. Son imágenes fácilmente adaptables a un guión cinematográfico que te reportaría, por la escenificación del papel secundario (no lo olvides, el principal sale siempre victorioso o, en su defecto, se haya constituido por un perdedor habitual), lindos segundos de flashes y aplausos en la alfombra roja.

Recréate y no escuches a esa multitud que, en una plaza aneja, se desgañita, reclamando que el fraude golpea más certero cuando hay cierto nihilismo.

Algunos portan pancartas impetrando la muerte del "laissez faire, laissez passer".

Resguárdate y recréate... presuntuosa, segura e inquieta.

Hay plegarias idénticas dirigidas a deidades plurales.

Puedes guarecerte del aguacero, ¿pero conseguirás encontrar un paraguas que te cubra de la incertidumbre de la corrección de tus interpretaciones?

Es curioso.

Desde este oscuro agujero de paredes altas, no se escucha el oleaje...

Y, sin embargo, sacando brillo a mi tercio de artillería, siento como si el salitre penetrase en mi lengua (dispuesta a atacar).

2 comentarios:

  1. Los guerreros expertos de los tiempos antiguos, en primer lugar se hacían a si mismos invencibles, y entonces aguardaban un momento de vulnerabilidad por parte del enemigo. La invencibilidad depende de uno mismo, pero la vulnerabilidad del enemigo depende de él. Dicho de otra forma: uno puede saber cómo vencer, pero esto no significa necesariamente que vaya a vencer.

    EL ARTE DE LA GUERRA

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  2. Sun Tzu también decía que no tenía mérito distinguir entre el día y la noche... y, sin embargo, en ocasiones, es una tarea ardua e ingrata.
    Otro influyente (pero más denostado) partícipe de la cultura milenaria, Masaru Emoto predica que las palabras y los sentimientos transmitidos al agua pueden llegar a modificar su apariencia...
    Convendría creer en Emoto, pues, al final, somo casi agua por entero.
    No obstante, ni la derrota, ni la victoria inquietan al verdadero samurai... aquél que solo se mueve por honor y (en honor a su) honestidad.
    Por eso, quizá, no valga demasiado creer en (apostar por) las palabras... ni en los sentimientos (que no sean verdaderamente honestos).

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