09 junio, 2010

LETANÍA DEL NO


No, esos ojos verdes no merecen llorar.

Al menos, no por futuribles probables que, no obstante, jamás sucederán.

No, esa mirada no puede verse enturbiada.

Jamás. Ni siquiera por el presagio de una catástrofe que no ha de llegar.

No, esas manos no pueden cerrarse, en puños fatídicos, dolientes.

El murmullo de ecos pasados no propiciará ningún fracaso futuro.

No, esos labios no han de contraerse con temor.

Las rarezas de los comportamientos, el dolor de los silencios, no volverán.


No, esa cama no acogerá un nuevo episodio de incomprensión.

No, ningún hálito variará la ruta escogida (ésa que, salpicada de obstáculos, concluye en el más alto Paraíso).

No, no habrá palabras dedicadas a otros besos, a otro brillo, a distintas confidencias...

No, no importan los relojes, ni las pulsiones de la obligaciones, ni las voces en los mentideros...

No, ninguna aseveración significaba abandono.

No, el cansancio no habitará en la morada.

No, no existirá lugar para otro lugar que no sea (aquel) Lisboa.

No, no me resisto a pensar que perderemos esta batalla.

No, no sin concedernos el pulso de la lucha.

No, no sin mirarnos a los ojos, una vez más.

No, confía... no marcarás ningún martes más en rojo en el calendario.


No, no, no...


Todos estos noes por un simple (y alzado) sí.

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