06 diciembre, 2009

IRREALIDAD


Imagina que el agua que cae en la calle no moja.

Imagina que no llueve.

Vive en la irrealidad.

Tras varias noches sin dormir, el músico entendió concluida su obra maestra y dedicó todas las composiciones a la mujer perdida.

La recuperó, haciendo uso de temas que, sin embargo, no habían sido inspirados por su existencia.

Y la volvió a perder, envuelto en volutas de denso humo y naufragando en las revueltas olas del licor.

Viviendo, en todo momento, en la irrealidad.

El sonido de la comunicación se cortó, de repente, pero no casualmente.

El repetitivo y monótono pitido constituía toda (y única) respuesta.

Supuso que jamás escucharía su voz de nuevo.

Y entonces percibió que las palabras escuchadas no eran del tono pasado.

Y escuchó una irrealidad, una vaga sensación de impotencia.

Cuando penetraba con violencia al monstruo, su mente caminaba por las hojas del informe que se había negado a suscribir.

Curiosamente, una larga gota de sangre del monstruo recorría su blanquecina pierna derecha.

Y el orgasmo le sorprendió tarareando una vieja canción de Tom Waits.

Una música que provenía de las más dudosas dunas de la irrealidad.

La película comenzó tras el trailer de un documental sobre el fervor religioso en Sevilla.

Un brazo rodeó su cuello y acarició, muy lentamente, la parte interior de su femenino brazo, moteado de lunares.

Y buscó los labios con los suyos, besando la irrealidad, saboreando la fresca ternura de lo onírico.

Dejó que la repentina conversación fluyera entre los comensales, sin participar, aislándose de los vericuetos legales esgrimidos por unos y otros.

Dirigió su mirada a los negros ojos, inanes, del gigantesco carabinero que esperaba ser pasto de la voracidad de los hombres de empresa.

Le preguntó sobre la respuesta y no encontró más que silencio e incomprensión.

Y todo era irrealidad.

Se imaginó vestido con las ropas de algunas de sus compañeras (de mesa)...

Apresada la espalada entre las férreas correas del sujetador.

Rememoró la película de Ed Wood...

Y recuperó el sabor de la irrealidad.

El estúpido dolor, insoportable, que genera la visión imaginada de un abrazo, de madrugada, compartido entre sábanas extrañas.

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