12 diciembre, 2009

EL JUEGO DEL ESCONDITE


He pronunciado un conjuro entre las tapas ajadas del libro que no voy a leer, entre el polvo pegajoso e histórico de esta antigua librería...

Hoy no voy a soltar mis cartas encima del tapete.

Hoy no dejaré que leas lo que has aprendido a creer.


Ayer naufragué en un antediluviano café de tertulias prestadas y meretrices de lujo, del delta de Venus ausente, de sueños edulcorados con calientes bocados de pecado.

Ayer visité labios albicelestes y recorrí oscuridades iluminadas por las luces de los camiones de basura.

Cuando el whisky abandonó mi sangre y el concierto comenzó en las debilitadas sienes, sospeché que mis mayores sueños dormirían el letargo de la ilusión de poder leer en la misa de mi funeral.


La brújula de mis principios señala un norte cuyo rumbo desearía poder emprender con firmeza.

El mapa se ha quedado doblado, dejando ver una trinchera de distancia y epitafios en la ciudad de luces y vientos helados.


Yo, que esperaba que mis palabras bruñesen en tu piel algo más que arrugas y avatares temporales.

Yo, que me pierdo entre las voces de la madrugada y el tintineo de los hielos de las copas de balón vacías de licor.

Yo, que fui incapaz de releer el poema que me iluminó sobre la amargura.


Desde hace demasiado tiempo, siempre que quepa medida lógica en estos asuntos, la imagen de un viejo desharapado, que espera tumbado en la hamaca de su jardín amartillando una pistola, ronda mi cabeza.

Alerta, pero no nervioso, espera su oportunidad... y continúa haciéndolo, obviando los relojes y los calendarios.

La última vez me entregó una nota manuscrita que todavía no me atreví a abrir.


Ahora reposa en las tapas del libro que, como una condena, me repite que jamás tendré el espíritu envalentonado para concluirlo.

Y creo que la nota me aconsejaba terminar, al menos, un poema sin hablar de ti.


Pero, como dicen por ahí, soy habitual perdedor de apuestas y consejos.

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