Todos sonríen cuando escuchan, por enésima vez, mi lamento...
Y, sin embargo, ni la piedad, ni la caridad me resultan aliadas...
Todos se extrañan de que, a pesar del influjo etílico, mis palabras sigan siendo para ti...
Y, en cualquier caso, ninguno se atreve a quebrar mi apenado soliloquio...
Todos los restos de la batalla del mini-bar me observan...
Y, como no podía ser de otra manera, el golpe en mis sienes revela algo más que dolor...
Hay mesas vacías.
Y todos sonríen...
En el cielo, las nubes dibujan interrogantes.
Y todos sonríen...
Y yo solo me pregunto porqué escribo a estas horas de la madrugada.
Y algunos sonríen...
Mientras otros tachan apuntes en mi agenda...
Sin piedad.
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