11 noviembre, 2011

ALIENTO

El quería contar, en una sola palabra, un sentimiento inusitado.
El relámpago veloz e incontrolable que, súbitamente, le recorrió el cuerpo cuando adivinó aquellos caramelos.
Con interés distraido observó cómo su pantalla se llenaba de ventanas y recuperó una palabra que, siempre, le había parecido inadecuado para tal realidad... troyano.
Recordó la última vez que había saboreado la insípida frialdad de la nieve... y sus labios musitaran el comienzo de una oración de la que había olvidado su continuación.
Y, por un momento, maldijo el descuido de la mujer que limpiaba la mesa de su oficina.
El viento también ojeaba los retazos de una vida que transcurría a una velocidad despiadadamente irreal.
En la habitación de al lado dos cuerpos se compartían por primera (y última) ocasión y referían historias que ni siquiera podían haber acontecido sobre las tablas del más antiguo teatro.
Ascendió varios pisos y se relajó cuando el viento le azotaba la cara con una mezcla de inmisericorde pasión y evocadora traición.
Desde la altura, los coches se antojaban minúsculas cajas de hojalata, aceleradas y luminosas.
De repente, percibió una mano que se posaba en su hombro.
Tiritó.. pero no dijo nada.
En su lengua apareció un sabor parecido al ginseng...
No quiso volver su rostro...
Y, cerrando los ojos, sonrió.

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