Vete planteando, amigo, si deseas continuar obviando el reloj y pretendiendo que la canallesca y la nocturnidad bañen las orillas de tus pasos, arriesgando certezas por futuribles que, a buen seguro, no sean más que simples cantos de bellas e inolvidables sirenas.
Piensa, mientras escuchas el lento avanzar de las manecillas, que las madrugadas acogen a espíritus insomnes, pero rechazan las fábulas recurrentes de los trovadores que, únicamente, modifican de la trama el nombre de sus personajes.
Sostendrás, ante mesas repletas de licores, socarronería y perfumes, que la historia te concedió unos años de regalo y observarás la fingida admiración que tu relato causa ante las muy receptivas miradas de unas interesadas damas que, con más aplomo del que tu arrogancia está dispuesto a reconocer, culminarán escribiendo un tortuoso final para tu peregrinar.
Desconfía de la lisonja y de los festivos brindis... el licor y la pólvora son los dos únicos elementos que corren con pareja velocidad e idéntica desolación.
Olvida, si puedes, aquellos rumores de olas batiendo, en la costa, que llegaban a las habitaciones, con puertas abiertas, de hoteles satisfechos a precios más humanos que el dinero.
Dignifica tu tranquilidad y reposa, un momento, antes de imaginarte entre las piernas de ese angelical rostro que te cautivó entre volutas de humo noble y aromas de costosísimas viandas que abonaste sin recordar los avisos dejados, a tu nombre, por la sucursal bancaria.
Y desempolva tus cuadernos.
Busca, entre esas líneas olvidadas, los sueños de estabilidad y pureza que plasmaste con delicadeza, consciente de su enorme maravilla.
Y si como Sísifo, continúas empeñado en subir... no olvides que cierto talante vampírico es sólo comprendido por aquéllos que aconsejamos su evasión.
Brindo por ti...
Y por nosotros.
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