El cielo parecía más azul que de costumbre.
Y, de repente, como si se hubiese cubierto de un manto, ennegreció.
Aceleró el paso y evitó a un mendigo que le requería limosna con un grito desgarrado.
Ascendía por la calle a un ritmo endiablado y notaba las pequeñas gotas de sudor que plagaban su espalda.
Deseaba que el tiempo pasara rápido... muy rápido.
Y que las estrellas de la ciudad volviesen a lucir... o, al menos, contar con la seguridad de que jugueteaban en la bóveda del firmamento.
Continuó caminando a un ritmo apresurado, deseando alcanzar su calle.
En la esquina, un hombre cogía un periódico, lo lanzaba al aire y sonreía mientras las hojas le caían sobre la cabeza.
Después, repetía y repetía la operación.
Sonriente.
Dubitativo, optó por dejarle con su inquietante actividad.
El terreno se escarpaba y boqueaba en busca de algo más de aire.
Tenía un rostro en la mente, una sonrisa... un adiós bañado en algo parecido a tristeza y una punzada en el corazón.
Dijo su nombre entre dientes.
Y se sorprendió lanzando las cartas de su buzón al aire, una y otra vez...
Sonriente.
Ensimismado.
Feliz.
Enamorado.
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