El Refugio del Horror a la venta en papel.
http://editorialcirculorojo.com/publicaciones/c%c3%ADrculo-rojo-relatos/el-refugio-del-horror/
08 enero, 2012
27 noviembre, 2011
VELOCIDAD
Fogonazo blanco.
Un pelo moreno que camina y se desliza, con precaución, hasta acariciar el medio de la espalda.
Semáforo en verde.
Un cuarto oscuro en el que una mujer arrodillada balancea su boca con un bello movimiento.
Chispas que saltan al rozar una mediana.
Aquella mano bajando, lentamente, hacia la cremallera de unos pantalones.
Fogonazo blanco.
Una mirada al cielo de Madrid desde un ático… con las palabras justas, con las frases perdidas.
Semáforo, otra vez, en verde.
¿En serio has tirado tus calzoncillos? Tres segundos más tarde. Hablabas en serio.
Un choque frontal e inesperado.
Un punto negro que se amplía.
Esos cuatro segundos de indefinición antes de que tu bajo vientre parezca que vaya a romperse… y, después, una sacudida eléctrica que se apodera de tu integridad.
Un pitido, largo y monótono… que parece perderse en la velocidad de la ciudad.
22 noviembre, 2011
EL RESCATE
El discurso del niño comenzó con un lenguaje impropio de su edad.
"Nunca he conocido realmente a mi padre".
Dudó.
"Bueno, hay otros niños a lo que les sucede lo que a mí. Sí. Sus padres solo pueden ir a algunos partidos, y no siempre... Ya, quizá si todos fueran en fin de semana... igual, bueno... la verdad es que tampoco lo tengo muy claro".
Perdió su mirada en un lugar lejano, terriblemente distante.
"A mí ya no me gusta presumir de que mi padre haya vuelto a cambiar de coche. De hecho, a mí, los coches nunca me han gustado... Ahora tampoco. Es más, de pequeños envidiaba a los padres de mis amigos que podían jugar con bicicletas en el parque, con ellos. Pero nunca se lo dije a mi padre... estaba ocupado, en un ordenador o hablando por teléfono".
Sonó un pitido.
"Uff. Este aparato es un aburrimiento. Al principio pensé que sería la envidia de todos, pero luego me di cuenta de que ni tan siquiera servía para que Papá, como me prometió, hablara conmigo más a menudo. Y eso que yo le veía cómo utilizaba su teléfono a todas horas, conversando y conversando con otras personas".
La voz tembló, por primera vez.
"Una vez, Mamá lo cogió cuando yo hablaba. Era muy tarde... Y se marchó de la habitación. Escuché un ruido muy raro... y fuerte. Luego, vi cómo todos los pedazos del teléfono volaban por todos sitios. Papá me trajo uno nuevo apenas dos días después... y me dijo que tenía un juego de fútbol... Yo jamás lo utilicé".
Otro destello de terror en su mirada.
"Anoche mojé la cama. Me avergüenza mucho reconocerlo, pero fue por su culpa... El monstruo vino a por mí y yo sabía que no podía gritar Papá... o que de hacerlo nadie acudiría en mi rescate".
"Nunca he conocido realmente a mi padre".
Dudó.
"Bueno, hay otros niños a lo que les sucede lo que a mí. Sí. Sus padres solo pueden ir a algunos partidos, y no siempre... Ya, quizá si todos fueran en fin de semana... igual, bueno... la verdad es que tampoco lo tengo muy claro".
Perdió su mirada en un lugar lejano, terriblemente distante.
"A mí ya no me gusta presumir de que mi padre haya vuelto a cambiar de coche. De hecho, a mí, los coches nunca me han gustado... Ahora tampoco. Es más, de pequeños envidiaba a los padres de mis amigos que podían jugar con bicicletas en el parque, con ellos. Pero nunca se lo dije a mi padre... estaba ocupado, en un ordenador o hablando por teléfono".
Sonó un pitido.
"Uff. Este aparato es un aburrimiento. Al principio pensé que sería la envidia de todos, pero luego me di cuenta de que ni tan siquiera servía para que Papá, como me prometió, hablara conmigo más a menudo. Y eso que yo le veía cómo utilizaba su teléfono a todas horas, conversando y conversando con otras personas".
La voz tembló, por primera vez.
"Una vez, Mamá lo cogió cuando yo hablaba. Era muy tarde... Y se marchó de la habitación. Escuché un ruido muy raro... y fuerte. Luego, vi cómo todos los pedazos del teléfono volaban por todos sitios. Papá me trajo uno nuevo apenas dos días después... y me dijo que tenía un juego de fútbol... Yo jamás lo utilicé".
Otro destello de terror en su mirada.
"Anoche mojé la cama. Me avergüenza mucho reconocerlo, pero fue por su culpa... El monstruo vino a por mí y yo sabía que no podía gritar Papá... o que de hacerlo nadie acudiría en mi rescate".
18 noviembre, 2011
LOS RECUERDOS
Y, a pesar de que ahora ya nada importa, siento inquietud al desconocer el lugar donde tus párpados descansan su ajetreado devenir.
La lágrima recorre mi rostro hasta alcanzar la comisura de mis labios, trasladando el amargo sabor de la distancia y la indiferencia.
¿Cuándo se quebrarán los cristales de esta gigantesca pecera?
¿En qué momento el oxígeno va a dejar de acceder a mi cerebro?
Algunos libros van a narrar esta decepción sin reparar en el antiguo carácter devastador de los silencios nocturnos.
Las flores se marchitaron en el alféizar de mi ventana, en el que la nieve habitó con desmesura.
¿Qué significa expiar?
Recuperando archivos que debían de residir en un lugar menos accesible, principiamos el sendero sin vuelta atrás.
¿Dónde se hospedan las viejas damas que relataban el futuro de un porvenir ya vivido?
¿Quién nos mintió?
He marcado en el mapa una cruz roja en aquellos lugares en los que dibujamos nuestra estrella sin luz.
Me gustaría olvidar los acordes de aquella canción... que dispara, impasible, como un frío y calculador francotirador.
Algún viejo trastornado arranca, en el parque de al lado, los sellos de las postales que decidimos arrastar a la basura.
¿Por qué no supimos viajar sin preguntarnos el horario de llegada del pasaje de retorno?
¿Dónde guardo tus recuerdos?
Trasládale saludos de mis miedos.
La lágrima recorre mi rostro hasta alcanzar la comisura de mis labios, trasladando el amargo sabor de la distancia y la indiferencia.
¿Cuándo se quebrarán los cristales de esta gigantesca pecera?
¿En qué momento el oxígeno va a dejar de acceder a mi cerebro?
Algunos libros van a narrar esta decepción sin reparar en el antiguo carácter devastador de los silencios nocturnos.
Las flores se marchitaron en el alféizar de mi ventana, en el que la nieve habitó con desmesura.
¿Qué significa expiar?
Recuperando archivos que debían de residir en un lugar menos accesible, principiamos el sendero sin vuelta atrás.
¿Dónde se hospedan las viejas damas que relataban el futuro de un porvenir ya vivido?
¿Quién nos mintió?
He marcado en el mapa una cruz roja en aquellos lugares en los que dibujamos nuestra estrella sin luz.
Me gustaría olvidar los acordes de aquella canción... que dispara, impasible, como un frío y calculador francotirador.
Algún viejo trastornado arranca, en el parque de al lado, los sellos de las postales que decidimos arrastar a la basura.
¿Por qué no supimos viajar sin preguntarnos el horario de llegada del pasaje de retorno?
¿Dónde guardo tus recuerdos?
Trasládale saludos de mis miedos.
13 noviembre, 2011
LA IMAGEN PERDIDA
Le reconfortaba descubrir ese olor añejo que desprendían los tapices.
Después, caminaba con parsimonia, elegía una botella de vino y la descorchaba, permitiendo que el aroma ascendiera hasta embriagarle levemente.
Llenaba apenas dos dedos de la copa, mojaba sus labios, perdía la mirada en un infinito que sobrepasaba la estrechez de las cuatro paredes de la estancia y, con ira desbordada, estrellaba el recipiente en el suelo, apreciando cómo el líquido conformaba un charco que asemejaba sangre.
Solo entonces, en el descenso de esa cima de desesperación, el verde intenso de aquellos ojos se le aparecía como una visión inquietante.
Y aquel eco suave de voz que, al igual que las sirenas, susurraba en un cántico que entonaba, metafóricamente, el inicio del fin.
Entonces enloquecía. Preso de un ataque de extrema velocidad rebotaba, una y otra vez, con las paredes, hasta derrumbarse en el suelo, puños apretados, dientes tensos, un grito ahogado pugnando por brotar de su pecho, desehecho...
Sacando fuerzas de flaqueza, golpeaba con los puños en el suelo, percibiendo la frialdad y la dureza de las baldosas, hasta que ésta dejaba paso a una sensación de húmedo calor... y dolor palpitante.
Recomponía su compostura... recogía los vidrios del piso y los colocaba, sin orden ni concierto, en el bolsillo derecho de su chaqueta.
Escapaba, con los ojos cansados, de la sala de tapices, enmudecido y temeroso de esa mañana...
Sí, también de esa mañana... y de cualquier otro mañana... en el que la imagen perdida volviese a aparecer.
Después, caminaba con parsimonia, elegía una botella de vino y la descorchaba, permitiendo que el aroma ascendiera hasta embriagarle levemente.
Llenaba apenas dos dedos de la copa, mojaba sus labios, perdía la mirada en un infinito que sobrepasaba la estrechez de las cuatro paredes de la estancia y, con ira desbordada, estrellaba el recipiente en el suelo, apreciando cómo el líquido conformaba un charco que asemejaba sangre.
Solo entonces, en el descenso de esa cima de desesperación, el verde intenso de aquellos ojos se le aparecía como una visión inquietante.
Y aquel eco suave de voz que, al igual que las sirenas, susurraba en un cántico que entonaba, metafóricamente, el inicio del fin.
Entonces enloquecía. Preso de un ataque de extrema velocidad rebotaba, una y otra vez, con las paredes, hasta derrumbarse en el suelo, puños apretados, dientes tensos, un grito ahogado pugnando por brotar de su pecho, desehecho...
Sacando fuerzas de flaqueza, golpeaba con los puños en el suelo, percibiendo la frialdad y la dureza de las baldosas, hasta que ésta dejaba paso a una sensación de húmedo calor... y dolor palpitante.
Recomponía su compostura... recogía los vidrios del piso y los colocaba, sin orden ni concierto, en el bolsillo derecho de su chaqueta.
Escapaba, con los ojos cansados, de la sala de tapices, enmudecido y temeroso de esa mañana...
Sí, también de esa mañana... y de cualquier otro mañana... en el que la imagen perdida volviese a aparecer.
11 noviembre, 2011
ALIENTO
El quería contar, en una sola palabra, un sentimiento inusitado.
El relámpago veloz e incontrolable que, súbitamente, le recorrió el cuerpo cuando adivinó aquellos caramelos.
Con interés distraido observó cómo su pantalla se llenaba de ventanas y recuperó una palabra que, siempre, le había parecido inadecuado para tal realidad... troyano.
Recordó la última vez que había saboreado la insípida frialdad de la nieve... y sus labios musitaran el comienzo de una oración de la que había olvidado su continuación.
Y, por un momento, maldijo el descuido de la mujer que limpiaba la mesa de su oficina.
El viento también ojeaba los retazos de una vida que transcurría a una velocidad despiadadamente irreal.
En la habitación de al lado dos cuerpos se compartían por primera (y última) ocasión y referían historias que ni siquiera podían haber acontecido sobre las tablas del más antiguo teatro.
Ascendió varios pisos y se relajó cuando el viento le azotaba la cara con una mezcla de inmisericorde pasión y evocadora traición.
Desde la altura, los coches se antojaban minúsculas cajas de hojalata, aceleradas y luminosas.
De repente, percibió una mano que se posaba en su hombro.
Tiritó.. pero no dijo nada.
En su lengua apareció un sabor parecido al ginseng...
No quiso volver su rostro...
Y, cerrando los ojos, sonrió.
El relámpago veloz e incontrolable que, súbitamente, le recorrió el cuerpo cuando adivinó aquellos caramelos.
Con interés distraido observó cómo su pantalla se llenaba de ventanas y recuperó una palabra que, siempre, le había parecido inadecuado para tal realidad... troyano.
Recordó la última vez que había saboreado la insípida frialdad de la nieve... y sus labios musitaran el comienzo de una oración de la que había olvidado su continuación.
Y, por un momento, maldijo el descuido de la mujer que limpiaba la mesa de su oficina.
El viento también ojeaba los retazos de una vida que transcurría a una velocidad despiadadamente irreal.
En la habitación de al lado dos cuerpos se compartían por primera (y última) ocasión y referían historias que ni siquiera podían haber acontecido sobre las tablas del más antiguo teatro.
Ascendió varios pisos y se relajó cuando el viento le azotaba la cara con una mezcla de inmisericorde pasión y evocadora traición.
Desde la altura, los coches se antojaban minúsculas cajas de hojalata, aceleradas y luminosas.
De repente, percibió una mano que se posaba en su hombro.
Tiritó.. pero no dijo nada.
En su lengua apareció un sabor parecido al ginseng...
No quiso volver su rostro...
Y, cerrando los ojos, sonrió.
06 noviembre, 2011
ELECTROCUCIÓN
Electrocutar: Matar por medio de una corriente o descarga eléctrica.
Diez hertzios pueden provocar unas percibibles contracciones musculares.
Y la habitación, en penumbra.
El sonido sibilante de una serpiente que saluda a su presa, antes de acabar con ella.
Las corrientes que envían mensajes contrariados.
La lluvia, en el exterior, que golpea con fiereza los cristales de una habitación abandonada.
El otoño cantando una ópera de la que ha olvidado el título.
Los relojes marcando horas urgentes.
La ciudad gritando agobios en un escenario salpicado de paraguas abiertos.
Los niños saltando en los charcos, destrozando sus nuevas botas de agua.
La bajada de tensión.
La tensión de la subida.
Aquellos sueños rotos...
Respuestas obviadas.
Preguntas canallas.
El planeta girando mientras las palabras ya no significan nada.
Electrocución...
Una palabra abandonada en la página en blanco, huérfana de compañía y de imaginación.
Los retratos de antiguos héroes que la Historia no deseó honrar.
Madrid, bajo la lluvia, en la oscuridad de una tarde de horario cambiado.
Y las fotocopias que habían de conformar la nueva edición de un fanzine perdiendo tinta, indefensas ante los golpes de las gotas de la lluvia.
Electrocución...
Un poema de una sola palabra.
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