18 febrero, 2011

ESTACIÓN DEL NORTE

Tengo tres estrofas escritas en el andén de espera de la Estación del Norte.
Cuando recorrí el asfalto ennegrecido de las dársenas, mis pies terminaron por narrar un episodio de muerte sobrevenida.
Varias horas después ya ni recuerdo los motivos que hicieron brotar esos trazos de tinta en el blanco de la libreta de hojas arrugadas.
Escupiría sangre en esas líneas, si mi hígado me ayudara a expulsar la vaciedad intrínseca de mi ser.
No hay nadie aguardando la llegada de los viajeros en la Estación del Norte.
El constructor ofreció tres maletines y entregó un proyecto para levantar dos torres gigantescas y acristaladas.
Justo cuando dos mujeres, sospechosamente cercancas a la menor edad, entraban sonriendo a la sala, en la que la luz, cada vez más, declinaba hacia la oscuridad.
No reconozco mi pulso en los silencios de las palabras escritas en la Estación del Norte.
Ahora, cuando paseo buscando aquel lugar común de mugre y asfalto bañado en aceite de vehículos, observo que los aparcamientos atestados han dejado su lugar a insípidos y profilácticos jardines llenos de vacío.
Percibo una arcada que golpea entre las paredes de mi estómago.
Me ha saludado con rapidez, antes de precipitarse al suelo.
Veo el color escarlata que ha bañado al gris.
Reviso mi memoria para encontrar una palabra que rime en consonante con estantigua.
Todo ocurre despacio, en este cementerio que un día respondía al nombre de Estación del Norte.

4 comentarios:

  1. El horror campa a sus anchas entre las estrías de nuestros miedos.

    De nada sirve invocarlo o negarlo.

    Saludos (y gracias por visitar el RH).

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  2. que gilipollitas eres Olmedo

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