05 febrero, 2011

LA PEQUEÑA MUERTE


Estoy bebiendo un vaso de whisky con dos hielos.
Si el reloj no me engaña (¿acaso podría hacerlo?) son las cuatro de la madrugada.
El almanaque de la pared refiere que es martes (como diría aquel estúpido anuncio publicitario, la madrugada del lunes al martes) de un mes intermedio del año (de cualquier año del presente siglo).
No recuerdo cuál ha sido mi plato en el restaurante donde cené.
Realmente, no alcanzo a tener la plena certeza de que haya cenado.
Posiblemente, tampoco comí.
Estoy en una sala de espera del aeropuerto internacional de algún lugar.
Es una habitación amplia, pintada de blanco, con azulejos que cubren, con exactitud, la mitad inferior de la distancia entre el suelo y el techo.
En la mesa de cristal, además del vaso de whisky, reposan mi teléfono móvil y una revista erótica en la que, en su portada, esquina inferior derecha, un asesino en serie lo cuenta, letras rojas cursivas, "todo".
En la escuela, me enseñaron que era más correcto utilizar "bastardilla" para esa tipografía.
Sonrío.
Los aviones están despegando afuera.
El que ha de llevarme a ________, aún no ha aterrizado.
Quizá no lo haga.
Puede, incluso, que ese avión no exista.
¿Recuerdan la primera vez que tuvieron un orgasmo?
¿Por qué piensan ahora en esa sensación?
Estoy bebiendo whisky.
Quisiera saber en qué lugar de los últimos días perdí mi capacidad para conciliar el sueño.
Abro la revista.
Es curioso pasar del cuerpo desnudo y la mirada provocativa de una esbelta mujer al rostro de un lunático y perverso criminal.
En francés, la palabra utilizada para definir orgasmo es la petite mort.
Quizá esta habitación no resulte ser una sala de espera.

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