11 febrero, 2011

LOS ETERNOS INTERROGANTES



¿En qué piensa un hombre antes de morir?
¿Cuántas veces habrá repetido la frase que, por momentos, escapa a su memoria en este amargo e ineludible trance?
Díganme, ¿jamás intuyeron el final de los días en la limpia luz de un amanecer de primavera?
¿Acaso interiorizaron una bella estampa para esos instantes caóticos e involuntarios que preludian el final?
Formular excesivas preguntas suele ser sinónimo de temor.
Ensayar variadas respuestas se compadece con el intrínseco deseo humano de ansiar ser Dios... o su inmortalidad. Las lágrimas que se derraman frente a nuestros lechos mortuorios no pueden ser adoptadas como evidencias de amor.
Únicamente los deseos no expresados se alzan con la fuerza y el vigor de las empresas plenas e indestructibles.
¿Sonreían al escuchar el amargo quejido del trovador maldito?
Ahora él continúa su peregrinaje por los escenarios de bombillas fundidas y luces tenues.
Quizá, con fortuna, les dedique alguna de sus piezas.
Puede que les incluya en ese genérico (pero sincero) "a los amigos ausentes".
Deberían si es que el reloj aún se lo permite, redactar un pequeño manifiesto de perdón y redención respecto de los agravios causados.
En su interior, una paz de espíritu, más ficticia que real, les aventurará a la antesala del adiós definitivo.
Los relojes comienzan a desvanecerse.
Los perfiles de los objetos se diluyen.
Los sonidos se antojan encubiertos por un siniestro caparazón transparente.
El aire se saborea con un regusto de ineludible azufre.
¿En qué pensarían ustedes antes de morir?

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