12 febrero, 2011

LA CITA


Comer es una actividad social importante.

No supo qué le había llevado a ese razonamiento, pero la imagen de cuatro parejas, en mesas alineadas, le recordaba la portada de un viejo manual de urbanidad que había sido estudiado, por vez primera, por su abuelo.

Acodado en la barra, pudo observar cómo los vigilantes de seguridad del lujoso hotel de enfrente bromeaban entre ellos, mientras simulaban un combate de boxeo.

Pararon, abrieron sus pequeñas mochilas y sacaron sus bocadillos, envueltos en papel metálico.

Antes del primer mordisco, con un gesto cómplice, se ofrecieron su respectivas comidas.

El camarero descorchó la botella de vino, dejó con elegancia el corcho en la mesa, y llenó el fondo de la copa de la señora que, con más artificio que calidad, sonrió en muestra de aprobación.

El tiempo no se detiene entre vapores etílicos.

El viajero esperaba a nadie. A esa presencia que todo lo enrarece y difumina, a la llegada del tiempo adecuado para marcharse.

Ya había olvidado el dolor, aunque jamás perdería su nombre del intrínseco pasado de la memoria.

Llovía.

Pidió la cuenta.

El hombre tras de la barra le ofreció un digestivo, obsequio de la casa.

Negó.

Adujo prisa por un compromiso.

Y no mentía.

Se había citado con el final.

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