26 enero, 2011

EL DILEMA DE LOS ESPEJOS





Estoy mintiendo.
Se miró al espejo.
Desnuda.
Indefensa.
Sí, estoy mintiendo.
Acarició su pecho.
Encorvó su espalda.
Gritó.
Mentira, mentira.
Buscó, en su interior, respuesta a unas preguntas que formulaba una y otra vez.
Recordaba sus palabras con la exactitud que propicia la preocupación.
Se adoleció de su figura en el espejo.
La imagen de una mentirosa.
Le repugnaba.
Le corroía el pesar en su más profundo sentido.
Le inquietaba aguantar de pie.
Deseaba que el aire comenzara a faltarle.
Que el desvanecimiento la visitara.
Pero todo era en vano.
Mentira.
Su mentira.
Aguardó a que la casa estuviera en silencio.
Apretó con fuerza el estilete por su empuñadura labrada.
Lo deslizó, con firmeza, por sus brazos.
Lentamente.
Percibiendo como la sangre bañaba su integridad.
Y la purga no evitaba un zumbido en sus oídos.
Mentira.
Mentira.
Dirigió su mirada al espejo.
Una presencia escapaba de entre sus venas con dirección a la ventana.
Se derrotó.
Cayó rendida.
La sangre fue su lecho.
Y escuchaba las voces.
Mentira.
Mentira.
Y se entregó.

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