02 enero, 2011

EN TEPITO


A Sumi.


- La casualidad no existe.

Octavio lo repetía, sin cesar, mientras apuraba su cerveza muy fría en la destartalada mesa de madera del bar de La Rinconada.

- Créame, usted es aún un hombre joven y debería escapar... de aquí.

Pensé en rebatirle su aseveración y explicarle que mi llega a Tepito, apenas diez días atrás, era mi mayor actuación de huida.

- Éste es un lugar para perdedores... Supervivientes, si prefiere... Esa clase de gente que sabe que vivir, un día y otro más, no supone mucho más que un ejercicio continuado de muerte.

Octavio podría estar más cerca de la verdad, en su filosofía vivencial, de lo que mi castigado espíritu se hallaba dispuesto a asumir aquella tarde.

- Sí... Si mi amigo. Debería cuidar más de su integridad y sus pertenencias. Aquí no existe la maldad, pero sí el narcomenudeo y la fayuca... Éste no es el barrio desde el que su madre esperaría recibir una postal.

Octavio pronunciaba esas palabras como, imaginaba yo, lanzaba los golpes que le convirtieron en un boxeador capaz de tumbar a campeones como Rafael Herrera.

Antes le gustaba que le llamaran "El Famoso". Ahora, me temo, el apodo le trae añoranzas y fantasmas a los que sus temidos puños no saben derrotar.

- Sabe. Tepito tiene su encanto. Sus tianguis... sus contrastes... Su Santa Muerte.

Se detuvo, sacó un escapulario de su pecho y lo besó, pronunciando algunas palabras incomprensibles entre dientes.

- Ya sabe, uno puede pasear por Mineros y Panaderos y tener la sensación de que sus días van a acabar en breve... Vamos, que se los van a acabar... usted ya me entiende.

El miedo es propiedad de los que todavía, tienen algo que perder -me dije.

- Usted debería marcharse mi amigo. Saque varias fotografías, escriba algo para ese periódico que le paga, mienta y diga que Doña Queta le habló sobre la Santa y, por supuesto, ni se le ocurra nombrarme. Su reportaje quedará más redondo si menciona a "El Santo", "El Místico" o a Cuauhtémoc Blanco...

Octavio había olvidado, quizá premeditadamente, a "El Ratón" Macías, a buen seguro, por alguna envidia todavía adormecida entre las ocho cuerdas.

"Huya, maldita sea, no quiero escuchar de más muertes... Me voy haciendo viejo... y sensible a la soledad".

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