10 enero, 2011

VISIONES FEBRILES


No existía ningún tipo de razón humana que permitiera sostener la presencia de esa inquietud.

Y, no obstante, allí se encontraba.

Acabó su libro, degustando con una lectura más que pausada y detenida las últimas líneas, y sostuvo la reflexión definitiva durante apenas tres minutos.

La ciudad, su ciudad, enmudecía en la madrugada, entre la luz anaranjada de las farolas parpadeantes y el batir de las olas del mar que anunciaba su llegada a la orilla.

Dejó que las páginas avanzaran, lentamente, entre sus dedos, y aferró la única hoja manuscrita.

El trazo era viril, conciso y directo.

La firma, una evocación, y la fecha, no tan pasada como para conseguir difuminarla en la nebulosa de la memoria.

¿Dónde está el sueño cuando lo necesitamos? -se preguntó.

Arrancó la dedicatoria, arrugó el papel y lo lanzó hacia una esquina de la habitación.

Recordó otras noches.

De algún modo, intuyó que, posiblemente, el juego hubiese acabado definitivamente... aunque nunca, nadie, se hubiera atrevido a apostar por ello.

Se arrebujó entre las sábanas, bajó el elástico de sus pantalones y perdió los dedos de su mano derecha entre las profundidades del sexo.

Lentamente.

Sintió un calor reconfortante.

Y se descubrió en un estadio lejano y ajeno al recuerdo.

Al acabar, en un acto reflejo, se llevó los dedos a su boca, saboreándolos.

Y solo entonces lo entendió todo.

Y lloró.

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