31 enero, 2011

EL SUEÑO


Cuando terminó de leer la novela inacabada, sintió una punzante desazón en su interior.

Soñó, durmiendo con el libro entre las manos, que un viejo mexicano le preguntaba acerca del lugar en el que había enterrado un cuerpo.

Despertó.

Releyó el último capítulo del volumen y cayó profundamente dormido.

Varias horas después, aún con el libro aferrado, imaginó, abrazado al mundo onírico, que los objetos de su habitación se movían.

Las fotografías, a su antojo, se anteponían o escondían delante o detrás de los cuadros.

Las corbatas ocupaban el lugar de la ropa interior, mientras que los pantalones se escapaban al cajón de los cubiertos en la cocina.

Volvió a despertar.

Acarició el lomo del tomo.

Curioseó el autor de la fotografía de la portada.

Una calle indeterminada, asolada y solitaria, de lo que, presumía, era un pueblo, no demasiado grande, de Latinoamérica.

De nuevo, un calor extremo le aturdió en las sienes.

El mexicano volvió a mirarle sin temblar. Separó con dos dedos la colilla que apuraba con decisión.

"No debería pensar demasiado en ello".

El hombre se marchó, lanzándole un libro al que faltaban las páginas pares.

Volvió a despertar.

Su cabeza rebotaba con un dolor inusitado.

Chilló.

Cerró los ojos.

Volvió a chillar.

Intentó releer el último capítulo, pero las páginas pares se hallaban en blanco.

Durmió... pero no logró soñar.

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