17 enero, 2011

ESTIGMAS DE IMPERFECCIÓN


El músico rasgueaba las cuerdas de su guitarra sin ningún tipo de decisión.

Era el decimosexto día en el que intentaba encontrar, mientras improvisaba, el título a la última canción que había compuesto.

El resultado le llenaba de satisfacción y, sorprendentemente (contra su voluntad), se descubrió realizando una nueva escucha de la versión definitiva en el cuatro pistas.

Susurraba la letra conforme iba escuchando la música...

Mantenía, con firmeza, su costumbre de no querer oír su voz en los discos.

Le parecía ajada, inservible...

Sentía una vergüenza infinita.

Subrayaba sus desafinos, los apuntaba con una marca roja, estigmas de imperfección.

Apagó la máquina y se dirigió, guitarra al hombro, hacia el balcón.

En el voladizo del piso de enfrente una mujer miraba hacia el vacío.

Pensó en llamar a la policía, pero quiso respetar la determinación ajena.

De repente, agudizando su oído, escuchó que la mujer repetía una palabra indescifrable sin parar.

Probó a afinar más aún, pero era en vano.

La mujer, o al menos esa fue su sensación, le miró y, tras tocarse el lado izquierdo del pecho, se arrojó.

Fueron tres segundos.

Quizá ni tres segundos.

El músico se adentró en su estudio.

Sus manos corrían rápidas por las cuerdas y por la libreta, en la que garabateaba versos que tachaba tras el siguiente corte melódico.

Entonces se detuvo, sacó un viejo disco de Miles Davis y seleccionó la cuarta canción.

Volvió al balcón.

Las sirenas se entrometían en la trompeta magistral del negro Davis.

Tomó su libreta negra y apuntó, con trazo firme, "estigmas de imperfección".

Salió a la calle, dejando el disco sonando, y buscó una cafetería.

No hay comentarios:

Publicar un comentario