20 septiembre, 2009

Carta a E.


Querida E:

No aúlles por mi derrumbe... mis pasos se hunden en el barro que antes acogió la caída de otros.

Dejaré que mis palabras fluyan en este papel y alcancen una altura en la que, posiblemente, coqueteen con la incomprensión y la oscuridad.

He escrito tanto que, quizá, pueda leer el futuro (ajeno) en las conchas de las tortugas que nadan en el estanque.

Puede que el techo vaya desprendiéndose mientras concluyo esta última misiva, y los trozos blancos de cal y pintura golpeen, como metralla blanda, a los insectos que corretean por el sucio suelo del parquet que jamás acuchillamos.

Hace años, aunque la noción del tiempo me resulta esquiva desde varios milenios ha, las manecillas del reloj se detuvieron y los pasos del fantasma que habita la buhardilla continúan repiqueteando, con parsimonia y absurdidad, consiguiendo que el pavor (ese concepto que solo las mujeres inteligentes diferencian del pánico) se cincelara en el nombre de la placa de nuestra calle.

El jardinero olvidó sus herramientas en la parte trasera del corral, y las rosas se secaron, conformando un escenario de naturaleza muerta que el bohemio pintor retrató en aquel cuadro, cuyo lienzo terminó por rajar una noche de verano sin estrellas, adornada por sus indescriptibles gritos.

El polvo se ha adueñado del piano y el color de las teclas ha de adivinarse. Nadie las presiona ya con esa sutileza y precisión. Vuelvo a colocar mi sábana sobre la tapa y percibo como el polvo colorea el interior de las telas.

Ya nada importa.

Alí, en el póster que cuelga de la pared, amenaza, con vigor, al fardo que desde el suelo llamaron Sonny Liston en la pelea de Lewiston. Incluso el viejo Cassius requiere, ahora, de ayuda para pasear...

Y en los canales de televisión, repetitivos, anodinos, infames, no encuentro el final de La Ventana Indiscreta... y mi memoria es incapaz de colocar a James Stewart y Grace Kelly en aquel piso que se convirtió en atalaya preferencial.

Un pequeño jilguero se presenta en el alfeizar de la ventana. Pía con una mezcla de cansancio y terror. En sus ojos se vislumbra el desasosiego de los cuerpos que han conocido el dolor extremo de la soledad, la elasticidad infinita del hálito de la desesperación.

Puede que no comprendas, cuando retornes a esta estancia, porqué las paredes se cubrieron de una pintura maligna y negra, disparada, como a espasmos, por un ser maligno.

Puede que estas letras jamás provoquen un acceso de lágrimas, ni sonrisas, ni temblor, en tu interior.

Puede que las fuerzas me abandonen y no sepa expresar el terrible dolor de la pérdida...

Puede que el jilguero me superviva y salude tu llegada con una honesta y agria despedida.

Tuyo.

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