26 septiembre, 2009

EL CAMINANTE


Sabes que caminas, pero desconoces el sendero...

Avanzas con la pausa que provoca el desasosiego y la desatención.

Y el sol golpea, con sus rayos, con la crudeza de los puños de Evander Holyfield en la década de los noventa.

Desorientado, buscas con la mirada la curva que da acceso al bosque, pero no la divisas y el miedo saluda tus cábalas e inquietudes.

Entonces alcanzas a un caminante... desaliñado, maloliente, con un andar todavía más cansino que el tuyo.

Y te llama la atención su sombrero raído y desgastado.

Aprietas el paso, pero el hombre te susurra para reclamar tu atención... y te detienes.

"Apenas le molestaré, amigo...".

Para cambiar el rumbo, temeroso de una especie de interrogatorio insano, tomas la delantera y le inquieres:

"¿Por qué camina solo por aquí?".

Y él te mira con piedad y cercanía y te sentencia con sus palabras:

"Soy mucho más viejo que usted y, por supuesto, atesoro más temores que olvidar".

El desvanecimiento quiere apoderarse de tu cuerpo y escuchas de nuevo al viejo.

"Quizá, solo intente olvidar. Por eso, la velocidad de nuestro avanzar se va haciendo más baja conforme pasa el tiempo".

Y, de repente, sientes que envejeces.

Las imágenes de tu infancia y juventud se agolpan en tu memoria, pretextando inquietud y atención en un mar de confusión.

El viejo se adelanta y, con cierta autoridad, te espeta:

"No puedo permitirme detenerme... Me encamino a la negación y una parada podría ser fatal".

Y su voz te suena familiar. Como si se tratara de la tuya propia cuando alcances su edad...

Piensas que ese hombre ha aparecido antes en tu vida, pero la memoria continúa batallando frente a la sucesión de episodios pretéritos...

El caminante se gira y te devuelve una sonrisa antes de despedirse de forma enigmática:

"Le espero en el próximo camino".

Y, remiso, observas como una fuerza te atrae, contra tu voluntad, hacia la dirección contraria del sendero.

El sol desaparece y la noche se alza en la bóveda.

Continúas arrastrando tus pies por el suelo.

Y el viejo es ya una mínima mancha al fondo.

Se aleja de ti...

Y solo entonces entiendes que tú eres el único caminante.

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