08 septiembre, 2009

LA MANO DE CORAZONES


Ambos sabemos que, aunque nos empeñemos en jugar nuestras cartas con un marcado rictus de seriedad e importancia, el mejor final que nos deparará el futuro será el infierno.

El viejo loco gritó: "¿De qué vale pretender ser original, si todo lo que merece ser dicho ya lo cantó Tom Waits?".

Y al dar la vuelta a los naipes, sobre un tapete manchado por restos de semen, mi mano de corazones resultó perdedora.

De fondo, si la memoria no resulta alterada por la ayahuasca, el sonido del piano se entrecortaba con tu sonrisa victoriosa (y el ambiente se enrarecía por un repentino olor a azufre).

Vi la sombra de un ahorcado, balanceándose, en el reflejo del espejo. Sus zapatos me recordaban, de manera inquietante, a los que, días antes, había adquirido en cierto zapatero artesano.

El sistema electrónico de alertas de mi sucursal bancaria me informó que, en mi cuenta corriente, se había procedido a registrar el apunte de una prestigiosa cadena de hoteles, por una noche que no recordaba haber compartido.

El mimbre del respaldo del asiento cedió ante mi violento empuje al impulsarme... pero una fuerza indescriptible me venció, derrumbándome al suelo. Postrado de hinojos, rendido, cautivo... vacilante y sin habla.

Solo entonces descubrí que nuestro juego se encontraba regido por normas dispares, y no necesaria, ni comúnmente, respetadas.

En mi boca, saboreé la fragancia de tu más profundo interior, interrogándome sobre la verdadera procedencia de las manchas del tapete.

Y sentí que, quizá tan solo por término de unos meses, mi mano de corazones valdría para ganar la partida.

De fondo, me pareció apreciar que el cadáver del ahorcado bailaba al son de la canción que Waits cantaba al piano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario