13 septiembre, 2009

ESTRELLA


"Entonces recogí otra vez mi estrella,con cuidado la envolví en mi pañuelo y enmascarado entre la muchedumbre pude pasar sin ser reconocido". Pablo Neruda. Oda a una estrella.


¿Se detuvieron a pensar que, en ocasiones, las estrellas que nos provocan esa sensación de auténtica especialidad no reposan en el firmamento?

El camino, como a los Magos de Oriente que llegaron al austero portal de Belén, me aparece guiado por una estrella que conoce, mejor que cualquier otra, los entresijos, dificultades y secretos de las profundidades (donde reside la oscuridad y el regusto maravilloso de la luz más cristalina).

Puede que solo lo incomprensible, lo mutado, lo cambiante, lo arrancado de su cotidiano y pacífico ser para verse arrastrado a un terreno distinto, merezca una reflexión plasmada en papel y dejada en los recovecos de la posteridad (que es hoy).

La visión que se me ofrece, desde este trono en la atalaya de la locura y la casi completa incomprensión (que es sinónimo de la más preciosista complicidad), resultaría pavorosa de no estar bañada por esa especial seguridad que me transmite, en lenguaje cifrado, el cuerpo de la estrella.

Hoy, mientras reparo en las bellas terminaciones de sus cinco brazos, en su sintonía perfecta de calcáreo vigor, adquiero conciencia del paso de un tiempo que se escapa, como un fugitivo embozado, por la seguridad de las callejuelas más recónditas.

El asteroideo mantiene su belleza, como el recuerdo material de un segundo que roza lo inenarrable.

La brutal sinrazón de la rumorología quiso convertir en perjudiciales y venenosas las picaduras de un veneno que mi estrella aseguro no poseer.

Y en el silencio de una noche estrellada, introduciéndose por las ventanas el característico aroma que fluye en los patios tras el agua caída, todos los diccionarios decaen en su intento de establecer una palabra lo suficientemente real y no cotidiana que demuestre el agradecimiento. Sí, un término apartado de los convencionalismos paradigmáticos y manoseados, un vocablo que resuma el primor de esos segundos en los que, como en el poema, pude esconder el tesoro obsequiado y perder mis pasos entre un desierto de gente.

Deletreo la palabra que brotó del corazón y, en su cortedad, adivino la mayor honestidad... La lanzo al aire, pensando que, como en las epopeyas, sabrá superar los peligros, esquivar los vendavales, escalar las montañas, remontar los ríos y llegar a tu ventana, abriéndose paso con la fragancia y majestuosidad con la que nació.

Como esta estrella que, ahora, en silencio, me cuenta las maravillas que vio en el fondo del mar.

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