25 abril, 2011

EL DESPLOME CLANDESTINO

Al adentrarse en la estrecha y angosta escalera supo que iba a morir asesinado.
A veces, se dijo, es mera cuestión de suerte estar vivo.
Las más, por otra parte, ese azar ha de resultar venturoso para continuar estándolo.

Al atravesar la pesada cortina, el humo le provocó un insoportable picor de ojos y la humedad del ambiente, derivada quizá de la concentración de tantos cuerpos en una exigua estancia, le dificultó mantener su ritmo habitual de respiración.
"Éste será, Sr. ________, un gran negocio para todos".
El hombre que le hablaba era oriental, varios centímetros más bajo de estatura y con un fétido aliento que delataba una más que irrefrenable pasión por el pescado crudo.
Tres segundos después, advirtió como armaba un revólver y situaba, fríamente, el cañón en su espalda.
Al sentir el contacto, volvió a preguntarse qué demonios hacía involucrado en una trama ilegal de apuestas clandestinas y trata de blancas (afortunadamente, la menor edad era un concepto mutable en las diferentes legislaciones internacionales).

"Confíamos en su habitual buena voluntad y en su siempre apreciada solidaridad para nuestra causa".
Introdujo con cautela su mano derecha en el bolsillo de la chaqueta y sacó un fajo de billetes sujetos por un clip de oro.
"Conviente, Sr. _______, que solo nuestras manos se encuentren manchadas, ¿no cree?".
Se sintió estúpido al interrogarse cuánto tardaría en sentir el calor introduciéndose en su cuerpo.
"Muchas gracias, Sr. _______" - musitó el hombre, mientras el desgarbado cuerpo se desplomaba al suelo.

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