10 abril, 2011

EL ESPEJO


Un año después, saludó al camarero, pidió un whisky doble y se encogió de hombros al comprobar que eran las siete de la mañana de un indeterminado día laborable (más).

Ella se había marchado un año antes, físicamente, impregnando su recuerdo todo lo demás.

El mármol frío de la mesa inoculaba en su piel una corriente de desolación.

Abrió el periódico y releyó noticias de sucesos acontecidos unos cuantos meses antes.

En la página de obituarios, los nombres le resultaban familiarmente conocidos y cercanos.

En la calle, los bocinazos de los vehículos encumbraban una sinfonía de aceleración y locura.

El hielo aguaba el licor.

Y ella accedió a la cafetería.

Con paso firme y decidido.

Miró hacia su mesa, pero no percibió su presencia.

Porque todo ocurría antes, en planos temporales superpuestos e indiferentes.

Él la vio sonreír, ordenar una taza de café caliente.

Y la puerta se volvió a abrir.

Apareció un hombre alto.

Se acercó a ella y dibujó un beso en la comisura de sus labios.

Suave y delicado... poético.

Y él se levantó, dolorido muscularmente, reaccionando tardíamente a los impulsos externos.

Quiso dejar unas monedas en el mostrador.

Vio su imagen reflejada en el espejo.

No se reconoció.

Y su puño quebró los cristales.

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