05 agosto, 2009

GEOMETRÍA


"Si una recta, al cortar a otras dos, forma los ángulos internos de un mismo lado menores que dos rectos, esas dos rectas prolongadas indefinidamente se cortan del lado en el que están los ángulos menores que dos rectos". Quinto axioma de Euclides.
Dibuja un cuadrado, con sus cuatro lados paralelos, enfrentados, quizá ajenos o inconexos.

Puede que el escenario actual participe más del rombo, imperfecto... Compuesto por líneas irregulares, de longitud disímil, sin ojos en los ángulos interiores (quizá algunas miradas furtivas, quizá palabras que surcan el viento como jeroglífico insondable, al menos para el mínimo número par).

El huracán derribó una de las líneas. Y, como el hueso fracturado que pelea por recomponerse, la figura mutó en triángulo, soportando, abigarrado, la crueldad del peso restante y el dolor y la melancolía de algún, no por esperado menos tétrico, adiós.

El fuego bloquea las salidas de emergencia en el hotel que los turistas alquilaron en aquella ciudad. Todo, antes del azote del virus.

Y, cuando la arquitectura hubiese recomendado un soporte en el débil equilibrio triangular, el terremoto vuelve a resquebrajar la figura, reduciéndola a su mínima expresión común.

Desde este punto (que, en puridad, son dos, línea recta), todo es onírico y, francamente, ininterpretable (o, volviendo a los orígenes, susceptible de las más variopintas razones o motivos).

Desconozco si la camisa que habito lleva bordadas mis iniciales.

Desconozco, puede que no me atreva a asomarme al precipicio, si el ruido que llega a mis oídos es el alegre correr de las aguas en el nacimiento del río o, por el contrario, son los rumores del batir de las olas que arrastran cuerpos ahogados hasta la orilla.

Desconozco si la cuenta de diez y el jalear del público me pertenece o soy el púgil que derrama un hilo de saliva y sangre en la lona.

Desconozco si los bellos niños que corren hacia mí, en el parque, me abrazarán para demostrarme su amor filial.

Aquel viejo profesor de dibujo técnico sonrió despiadado, mientras observaba el borrón de tinta china y asumía mi nuevo suspenso en Geometría.

Y en el bolsillo exterior de mi mochila hay un libro en cuya portada se dibuja un corazón (el mío) adornado por una cartulina blanca que pende de uno de sus laterales.

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