26 agosto, 2009

LA QUINTANA DE LOS MUERTOS


AUSPICE DEO: PRO LIBERTATI REGIS PALLADIS LEGIO: ANNO MDCCCVIII.

La plaza no es, del todo, desconocida.

El viajero considera improbable que haya estado ahí con anterioridad... pero su memoria, como cualquier mujer, deja lagunas que la comprensión se muestra incapaz de colmatar.

Cae la tarde, cediendo protagonismo (que es la segunda cara de la agonía) a una noche gélida y ligeramente lluviosa.

Las luces se encienden e iluminan una placa al fondo.

El hombre se siente, repentinamente, enceguecido.

Repasa, en su cuaderno escolar, las notas de su viaje y descubre, con dificultad, un poema que no supo concluir y que, sin embargo, ha corregido en distintos colores con tintas de bolígrafos prestados.

Recuerda, ahora que el tiempo y la lluvia le son familiares, que las primeras palabras fueran escritas en la casa de recreo de su difunta abuela, la noche del velatorio que, tras varias décadas, se erigió como el ceremonial necesario para reunir a la diáspora en que se había convertido su familia.

Y busca, entre sus enseres, algún lapicero que le ayude a plasmar uniones que rebotan en su cabeza, como la de Minerva y Marte (para defender un Mundo ajeno a las invasiones) o la de Moral y Derecho (que su perverso y alocado profesor de Filosofía del Derecho se empeñaba en repetirles en sus interminables clases de la Facultad).

Pero la plaza se llena de siluetas y el hombre retrocede, con el miedo que provocan los años y los cadáveres que se han dejado atrás. Con ese temor que producen las palabras calladas y las acciones reprimidas. Con la inseguridad generada por la política de la corrección.

Olvida la inspiración y corre, asustado, hacia un lugar en el que la luz le cobije artificialmente.

Tras sus pasos retumban los de otros hombres, antiguos, abigarrados, valientes... como todos aquéllos que supieron que la Historia no contaría la historia de pusilánimes y temerosos.

Y la plaza, como por arte de magia, ensombrece, de nuevo...

Y la luz se difumina sobre la placa, hasta recubrirla de una penumbra de tranquilidad y quietud.

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