25 agosto, 2009

LÁGRIMAS DE LLUVIA


Los sueños topan con el dosel de la cama medieval dispuesta en la insalubre posada que reservé sin más referencia que el azar.

Me acostumbré, más por resignación que por voluntad, a que la fina lluvia despejase mis dudas mientras paseaba entre piedra e historia.

Todo sonido metálico, esa otrora inmunda e insoportable alarma, me provoca vuelcos de corazón y aceleraciones súbitas de movimientos y contracciones (en las hojas de mi agenda escribí, acelerado, el comienzo de una frase que, asumo, no seré lo suficientemente valiente para concluir con la honestidad requerida).

Por el suelo, miles de señales áureas guían unos pasos que no me pertenecen.

En el cielo, pretendo avistar las estrellas que velarán tu sueño en esta noche de infinita pereza.

Todos los relojes de estaciones (¿se percataron alguna vez?) se encuentran fuera de hora... al menos para este errante viajero.

Los canales de televisión se suceden, monocordes, repitiendo la noticia del suicidio de una estrella de rock, acaecida quince años antes, y de la que, todavía, no he podido recuperarme.

Sobre la mesilla de noche reposan, además de una novela de Pynchon y un poemario de Rilke, las llaves de un apartamento alquilado por jornadas que no voy a utilizar.

Siento una punzada en el corazón al descubrir que el inquilino anterior olvidó, en la papelera, varios envases de Alprazolam (solo el inquilino, me temo, pues el servicio de limpieza pareció extraviar, en su favor, parte de lo perdido).

Aprieto los cierres de mis zapatillas y mi visión se centra en un bosque sobre el que las nubes han decidido descargar, sin piedad, esa fina lluvia que, hoy (igual que ayer y anteayer) se confunde con mis propias lágrimas.

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