18 agosto, 2009

LA PORTERÍA DEL GOL NORTE

A Roberto Jorge Santoro.

Sea como fuere, las leyendas están escritas con una mezcla indeleble de tiempo y superstición, el estadio del Atlético Marinero parecía contar con numerosos fantasmas que lo habían convertido en un fortín inexpugnable para los equipos rivales.

Desde que se inauguró, una ventosísima tarde de hace más de cincuenta años, los locales no habían resultado derrotados en ninguna ocasión, continuando una impecable racha que el Marinero había iniciado al imponerse por un claro 5-0 al Manchester United (que, apenas unos meses después, se vería asolado por la tragedia del accidente aéreo de Munich, cuando regresaba de disputar los cuartos de final de la Copa de Europa ante el Estrella Roja de Belgrado).

Cada año, coincidiendo con el primer partido del campeonato nacional, las autoridades descubrían una placa a la entrada del estadio, en la que se referenciaba el número de partidos invictos del Marinero. Dicha costumbre se mantuvo hasta que la pared exterior se halló repleta y el homenaje mutó en la colocación de un ramo de flores detrás de la portería en la que se colocaba la virulenta hinchada del equipo (la del Gol Norte), mientras, por megafonía, atronaba el himno del conjunto marinero.

Los aficionados más viejos de lugar solían comentar que las corrientes de aire (la arquitectura del campo dejaba casi completamente al descubierto uno de los flancos del edificio) se empapaban de la sal del mar y que los jugadores visitantes no se acostumbraban a respirar el mismo, quizá por su pesadez. Tal circunstancia les provocaba un repentino cansancio mediada la segunda parte que aprovechaban los hombres del Marinero (cuya indumentaria local era de camiseta franjiroja y pantalón blanco) para vencer los enfrentamientos.

El antiguo utillero del equipo, que compartía nombre y primer apellido con el famoso navegante Hernán Cortés, en su lecho de muerte, y rodeado, entre otros, por el socio número 1 del club, y a la sazón primo hermano del malogrado Hernán, confesó que, durante sus más de cuarenta años en el cargo, había escuchado relatar, en los vestuarios de los equipos foráneos, las más diversas explicaciones a ese inextricable fenómeno que era popularmente conocida como "la maldición marinera".

El único equipo que había soñado con alzarse con la victoria en aquella cancha, marchaba ganado por 0-1 cuando apenas faltaban treinta segundos para el final del partido, vio como un efecto extraño en el remate de un córner, botado sobre la portería del Gol Norte por el Atlético Marinero, les arrebataba, además de los tres puntos, la gloria de escribir una página de oro en la historia del fútbol, el final de la leyenda.

Incluso, para aumentar el contenido mítico, el guardameta del aquel equipo, que era internacional indiscutible, se suicidó, dos semanas después de aquel sospechoso tanto. El forense encontró una nota en la que el cancerbero advertía que el esférico había sido desviado por un fantasma que, mediante un golpe seco, como provocado por una repentina carambola, había originado el extraño que le despistó y desbarató su portentosa estirada.

Hoy, plácidamente sentado en la Plaza de Armas de Arequipa y conectado a Internet, descubro que el estadio ha sido derruido para construir un centro comercial.

Según informa el corresponsal de la edición digital del diario de noticias que consulto, en las excavaciones se han descubierto fosas ocupadas por religiosas de cierta orden que se encargaba de cuidar ancianos y que, tras ejercer su labor de apostolado, abandonaron la localidad, cediendo los terrenos al prohombre de la ciudad, por la ayuda y las atenciones que siempre les había deparado en su tarea de cuidado de los necesitados. Éste, primer presidente del Atlético Marinero, fue el que ordenó el levantamiento del estadio.

El texto se acompaña por el peculiar testimonio de una de las monjas, de más de noventa años, que ejercía las labores de madre del asilo que precedió, en ubicación, al invicto coliseo deportivo. Según sus palabras, y si la memoria no le fallaba, el más viejo de los residentes que ella cuidó en el antiguo hospital siempre se empeñaba en golpear, con sus pies cansados y sus piernas arqueadas, la pelota que construía con la servilleta de papel de los desayunos, las comidas y las cenas.

La religiosa, con la ternura que concede la distancia temporal, relataba que si alguien intentaba quitarle ese ficticio balón al futbolista, como cariñosamente lo describe, éste le golpeaba con el bastón que portaba y, con gran seriedad, le espetaba alguna maldición que, por respeto, ella no iba a transcribir.

Según narra la sor, la única indicación llamativa que dejó el viejo en su testamento fue que le enterraran junto con su bastón y una pelota de papel junto al pozo que se encontraba en el jardín del asilo.

Me resisto a creer que ése no sea el mismo lugar que, años más tarde, ocuparía la portería del Gol Norte.

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