24 mayo, 2010

DIPLOPÍA


Me alertaron sobre la posibilidad de que, salvo que observase las muy férreas recomendaciones, acabaría viendo doble por un asunto de dudosa desviación del enfoque.

No temblé.

No dejé, acaso podía hacerlo, de continuar leyendo en los trenes de cercanías.

Era una actitud arriesgada y, aunque muchos no lo estimasen de tal modo, comprometida y honesta.

No esperaba aplausos.

Jamás me importaron.

Tampoco su compresión.

Ni las palabras que, rumoreadas, atravesaban la imagen del lunático que hablaba solo por las calles.

Hirientes, pero inofensivas...


Paradójicamente, cuando el himno anunciaba el comienzo de las hostilidades, el más valeroso de los guerreros se retiró, a la retaguardia, en busca de una posición menos arriesgada.

Una vez allí, tomó su espada y la introdujo, con vehemencia, en su estómago, hasta que su sangre bañó, por completo, las manos enguantadas.


Escribí confiadas notas en papeles membretados.

Noté el insólito calambre de la tinta cuando, como casi todas las palabras, resulta hiriente, pero inofensiva...

El rojo se introdujo, también, en el sobre y voló... aséptico.

Empaqueté en un viejo cofre, sin ningún temblor en el pulso, un puñado de notas, la tarjeta publicitaria de un restaurante con enigmático nombre en el que cené y un regalo que jamás me perteneció.

Lástima que los recuerdos no se dejaran agarrar.

Ni tan siquiera aprehender, a pesar de ser vistos doblemente.

2 comentarios:

  1. Del magisterio de Carmelo Volpe, poeta del tango:

    "Una noche
    romántica y loca
    en apretado broche
    sellamos nuestras bocas.
    El rubor su blanca faz pintaba...
    El amor, ebrio de luz, soñaba
    más puro, más bueno,
    más casto y sereno,
    sin sospechar el alma
    que no es eterno nada...
    que el amor suele llegar fugaz
    para después, fatal, volar..."

    ResponderEliminar