26 mayo, 2010

LA CASA


Tú dices que sientes miedo por sus habitaciones de techos altos.

Tú confiesas haber vivido pánico caracoleando las escaleras que conducen a la puerta de acceso.

Tú consideras que los ruidos que se cuelan por la ventana del dormitorio son los causantes de mi crónico insomnio.

Tú miras con recelo la ubicación de los espejos.

Tú saltas, compungida, cada vez que el aire azota la entrada y hace crujir la madera de las contraventanas.

Tú...


Yo ignoro si, bajo la cama, habita un inmundo monstruo que aguarda mi caída para hundirme en el oscuro reino de las tinieblas.

Yo ansío que las tablas que recubren los peldaños no salten, desvencijadas, y dejen vía libre a las alimañas de la noche... y el pasado.

Yo suspiro porque los golpes no vuelvan a violar mi madrugada, haciéndome pertrechar con afilados cuchillos de hojas de endiabladas dimensiones.

Yo espero que el cadáver desaparezca de la bañera y que los insectos no accedan, a su antojo, a dormir en el suelo del baño.


Tú dices que sientes miedo por sus habitaciones de techos altos.

Y yo no arranco de las sábanas el olor de tu cuerpo refugiado en el mío.

Tú susurras que has vivido el pavor en esos tortuosos y largos corredores.

Y yo sueño con cada segundo en el que, libre, paseas, a tu antojo, por ellos.

Y yo no te olvido.

Incluso sintiendo pánico a perder la mirada de tus ojos.

Incluso asumiendo el pavor de no haber ganado tu confianza.
Incluso odiando esa mañana de martes en la que mi boca prorrumpía en dardos envenenados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario