17 mayo, 2010

EL BANCO


Los viejos del lugar, ésos que ahora disfrutan, tranquilos, del sol primaveral de mediodía, relatan que, aquella noche, la pareja se besó en el banco que estaba justo a la salida del parque.

También dicen, entre sonrisas, que el sol les descubrió en un bello y tierno abrazo que parecía indestructible.

Y que, cuando los gendarmes les alertaron, despertándoles de un modo menos educado del que la ocasión requería, ellos se marcharon asustados, como si una ráfaga de viento helado hubiese aniquilado el nacimiento de una orquídea.

Dicen, cuando se animan y acceden a tomar una refrescante cerveza en la mesa de mármol del único bar del pueblo, que no volvieron a verles jamás, y que el cartero del pueblo vecino aseguró haberlos sorprendido huyendo en una desvencijada motocicleta sin ningún equipaje.

Ellos recordaban que la narración de la escapada se salpicaba de gafas oscuras, una diadema con una flor indescriptible y una melena que aleteaba al viento.

Ambos sin casco y con esa liviandad que solo puede ser sinónimo de amor.

Justo después, indefectiblemente, el más anciano recuerda el incendio que asoló el parque y los gestos de todos se tornan sombríos y las palabras comienzan a escasear.

Después llegaron muchos años de aburrimiento y sordidez.

Hoy les vi.

Estaban sentados en el banco.

Ella aún mantenía un porte juvenil que contrastaba con las arrugas que surcaban sus manos.

Él miraba con gallardía al lugar que, años atrás, había albergado el parque en el que la besó por vez primera.

Se han vuelto a mirar a los ojos.

Se han besado.

Y se han fundido en un abrazo que, como aquel pretérito, resultará invencible.

Son ellos.

Lo sé.

Me lo ha dicho el único testigo impasible y mudo.

El que les ha acogido hoy como lo hizo varias décadas atrás.

El banco me habló de amor, mientras ellos caminaban tan unidos que se antojaban un único ser.

2 comentarios:

  1. Angelito, es precioso...

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  2. Quizá.
    El banco también ejerció de confesionario sobre horrores (propios y) más propios de este refugio...
    Pero ocupan intimidades más adecuadas de ese dudoso apelativo apocopado...
    Es como aquellos días en los que los aviones se estrellaban al fondo (no tan lejanos y, a la vez, perdidos).
    Gracias por visitar el refugio (y dejar su impronta en él).

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