08 mayo, 2010

INCIENSO


Por la inspiración... y el permiso (y algunas cuestiones más)... gracias.


El paquete de incienso apareció en el suelo.

Estaba allí desde algún momento indeterminado de la madrugada anterior (e interior).

Los gatos huyeron de los tejados para refugiarse en el sanatorio de lunáticos del valle.

Todo ocurría sin observar las leyes de la Física hasta el momento conocidas.

Los cajones se abrieron y cerraron, automáticamente, desafiando cualquier tipo de quietud.

De los grifos del baño, el agua caía demostrando su más completo arrojo y libertad.

Nada volvería a ser como antes.

Nada volvería a ser.

Nunca.

Jamás.

Si es que la medida temporal mantenía, todavía, su anterior relevancia.

No lo olviden, el paquete de incienso apareció en el suelo.

Pero, ahora, ya no estaba allí.


El calamar se empeñó en salir del agua para recitar sus cantos.

Los tentáculos del pulpo pulsaron las teclas del piano.

El salmón evitó situarse en la pendiente del río y olvidó el contenido de las partituras.

Y, sin embargo, la música continuaba sonando mientras el barco se hundía.


No preocupaba a nadie, hasta que las manecillas del reloj dejaron de avanzar para iniciar un perturbador retroceso... imparable.


Y el paquete de incienso volvió a aparecer en el suelo.

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