12 mayo, 2010

LA LLUVIA SOBRE LISBOA


Algún día cesó de llover sobre Lisboa...


Todo ocurría con retraso.

Nada, en el fondo, exhibía sus colores reales.

La mujer más bella del mundo había posado, sin saberlo, para una guía turística de la ciudad con más embrujo del planeta.

Y el caminante terminó por romper su silencio y aseguró que mataría por esos ojos a los que había visto llorar.

Quizá también les había causado dolor, desconfianza y llanto.

Pero prometió, escribiéndolo en su agenda de tapas negras, que jamás volvería a hacerlo.

Y apretó el bolígrafo para que la tinta impregnase bien el papel con una sentencia en la que prometía no fijar sus ojos, ni su mente en ninguna otra persona del universo.
Ni en otro color azabache.
Solo el brillo de sus labios recién pintados.
Únicamente la suavidad de esos dedos en los que depositaba un beso cálido y silencioso.

Una condena.

Una redención.


Algún día cesó de llover sobre Lisboa...

Aquella jornada, ambos pasearon, cogidos de la mano, hasta llegar a un restaurante apartado y oscuro del Bairro Alto.

Él musitó su deseo de futuro.

Y ella, sorprendida, sonrió y, algo temblorosa, afirmó.


El resto fueron bellas imágenes que fueron retratadas en una recóndita playa en la que él, completamente miope, pretendía leer, mientras ella aún paseaba por la arena con ese aire de sirena epopéyica.


Algún día cesó de llover sobre Lisboa...

Y sobre la mesa de mármol de ese coqueto restaurante escondido aún reposa una inscripción que afirma el eterno amor.

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