04 mayo, 2010

EL EXPERIMENTO


El experimento era lo único que merodeaba su cabeza.

Llevaba haciéndolo unos quince años.

Pero el momento había llegado.

Las camas estaban preparadas.

La dependencia había sido pintada de un negro completo y riguroso.

No existía filtración alguna para la luz.

Las siete camas estaban alineadas.

No les serían proporcionados ni víveres ni agua durante la observación, ni durante los dos días anteriores.

El habitáculo se hallaría íntegramente insonorizado.

Ninguno de los individuos que conformaran la muestra podría conocerse previamente.

Ninguno de ellos podía tener lazos o vínculos familiares o afectivos con ningún ser humano.

Valdrían indigentes.

Los más desharrapados.

Los olvidados.

Ellos serían los más adecuados.

Justo antes de entrar en la sala, desnudos y con una venda negra, percibirían el agudo pinchazo en el brazo, y una sensación líquida recorriéndoles el cuerpo.

Todo comenzaría unas cinco horas después.

Las alucinaciones.

Los gritos.

Las alteraciones de la personalidad.

No era descartable algún brote de violencia incontrolado entre los individuos.

No resultaría descabellado pensar en episodios de autolesión, incluso de automutilación.

Franz, el doctor, no podía conciliar el sueño.

Si su hipótesis era acertada, el mundo habría llegado a su fin.

Si era errónea, la humanidad continuaría muriendo... y matando.

Solo había que esperar a ver cómo reaccionaban siete hombres encerrados, sin comida, ni agua... y sin recuerdos.

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