22 mayo, 2010

EL TERCIO DE DESAPARICIÓN


Puede que el texto desapareciera no por casualidad.

Nada ocurre sin motivo.

La razón de que el rejón de muerte se esfumase no podrá encontrarse en los manuales de urbanidad.

Y no fue el alcohol.

Ni el mal envite del pulso... o el pulso de un mal envite.

Y, sin embargo, pero curiosamente, jamás leeremos esas palabras, que eran más crudas que un simple fin (the end) y algo menos dolorosas que una verdad cubierta del barniz de la falsedad.

Ni siquiera el veintinueve de mis veintinueve, en el sol de mi alto tendido, me habré de acordar.

No existen trances de recuperación frente a la irracionalidad de las máquinas.

Igual tampoco frente a las personas.

Ni qué decir tiene que menos aún ante los personajes, creados con las pulsaciones infames e incomprensibles de un ciego corazón que habitó los parajes más oscuros de la desazón.

Las palabras fugitivas hablaban de descubrimientos, de búsquedas, de portes y efigies, de caracteres indescifrables, del honor de aquéllos que mintiendo abrazan, por honestidad, la verdad, y de otras lindezas que, asumo, conviene olvidar o dejar naufragar en el océano de la página en blanco.

El veintinueve (29) de mis veintinueve (29), desde el sol de mi tendido, te aprenderé a olvidar.

Y, como el texto, todo se borrará...

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