26 julio, 2009

EL POEMA MÁS TRISTE DEL PRESENTE MILENIO


Hoy, o cuando quiera que leas estas líneas perdidas en el espacio, desconocerás que logré escribir el poema más triste (y aterrador) del presente milenio.

Ahora, mientras reposas en el confortable abrazo reconocido, las letras de esa creación anidan en la papelera, hechas añicos y cubiertas por el polvo blanco que mi organismo no supo asimilar.

Y, sin embargo, impotente ante el teclado erosionado de mi ordenador personal, recuerdo el lindo entrecerrar de tus ojos dormidos.

Me imagino dibujando líneas curvas que unen los lunares de tus brazos.

Y deposito, en ese limbo en el que habita la maravilla, los besos que dejé en el pelo que caía sobre tus hombros.

Ya no acierto a recordar a qué sabía el último licor compartido.

A buen seguro, y si el periódico no me engaña, los sueños de ciento cincuenta y seis guerreros se cumplirán, en la tarde de mañana, en el pavés del centro del Mundo.

Cuando decidí el último verso, en la ventana se reflejaba el alma inquieta y desvalida del artesano que desconoce la alquimia para fabricar la más cuidada pieza.

Ahora, sí, ahora que los ávidos e insaciables mosquitos pretenden apoderarse de nuestra sangre... Ahora que los cuerpos desnudos (adivinados) se nos antojan más cercanos... Ahora que las palabras dicen todo pero se antojan menos vigorosas o ecuánimes.

Ahora que el tiempo juega en nuestra contra.

Rebusco en la papelera y, como un arqueólogo, extraigo los fragmentos de papel.

Releo la obra... y una piedad infinita se apiada de mí.

En las sábanas vacías advierto rastros de algo que, en su momento, pudo originar algo más que ilusión.

Envío un beso al cielo y perpetúo mis oraciones sin atender al recorrido de tus piedras.

Y, por segunda vez, quiebro el poema más triste del presente Milenio... para, sin temor, encaminarme a alzar mi voz en el papel.

Y, mis dedos, inquieren porqué han de evitar el roce de tu piel.

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