28 julio, 2009

DECLARACIÓN DE FALLECIMIENTO


"Por la declaración de fallecimiento cesa la situación de ausencia legal, pero mientras dicha declaración no se produzca, se presume que el ausente ha vivido hasta el momento en que deba reputársele fallecido, salvo investigaciones en contrario. Toda declaración de fallecimiento expresará la fecha a partir de la cual se entienda sucedida la muerte, con arreglo a lo preceptuado en los artículos precedentes, salvo prueba en contrario". Artículo 195 del Código Civil español.


El taxista decidió que asesinaría al próximo cliente que no le saludase.

Amartilló su pequeño revólver, giró el cartel hasta dejar a la vista el lado de "libre" y la facción izquierda de su rostro se iluminó de verde cuando la luz de señalización se encendió en lo alto del vehículo.

No estaba siendo, en todo caso, un día mucho más terrible que el resto.

Llovía, el parabrisas chirriaba arañando el cristal, las parejas se escondían al arrullo de los paraguas y los policías se empapaban mientras intentaban dirigir el tránsito (caótico) circulatorio de la ciudad.

En algún lugar de la ciudad, su esposa intentaba calmar los ánimos de cinco vástagos algo desnutridos.

En otro, no tan lejano, el mayordomo de la familia del consejero delegado de cierta empresa multinacional enviaba a la basura más de la mitad de un suculento cordero.

La calle serpenteaba y las luces de las farolas recortaban el perfil serio, severo, del conductor.

Ninguna mano se alzaba desde las aceras.

El informativo radiofónico mentía respecto de las causas de un seísmo (grado 7,3 en la Escala de Ritcher) acontecido en Veracruz.

Del gigantesco, y absurdo, edificio acristalado brotó la figura de un hombre que peleaba con su maletín y un teléfono móvil para intentar cerrar el paraguas. La lluvia le calaba su impecable gabardina.

"A Vía ______________, número 34".

El taxista apenas movió la vista hacia el espejo retrovisor. Ajustó el volumen de la radio para que la conversación del ejecutivo no le molestara. Introdujo la primera marcha, presionando con destreza la palanca de cambios y sintió como el motor se revolucionaba mientras soltaba el embrague.

Segunda. Tercera.

Apenas a trescientos metros, giró hacia la izquierda para tomar la vía de salida de la ciudad.

El habitante del asiento de atrás continuaba su perorata en el teléfono móvil.

Avanzó, a gran velocidad, por la autopista, hasta alcanzar la zona de descampados que precedía la lujosa urbanización.

Frenó paulatinamente.

El gesto del cliente tornó en una extrañeza banal, inservible.

Los disparos quebraron el silencio.

Varias horas después, el servicio se encargó de recoger la copiosa y variada cena que esperaba al asesinado. Era la segunda vez que el mayordomo se veía obligado a visitar los cubos de basura en el mismo día.

Tan sólo diez años más tarde, el tercero de los hijos del taxista recogió, del Registro Civil, la declaración de fallecimiento de su progenitor.

Nadie imaginó, sin embargo, que aquel revólver únicamente contaba con una bala en su tambor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario