07 julio, 2009

FLECHAS DORADAS


"No te asombres si te digo lo que fuiste, una ingrata con mi pobre corazón, porque el brillo de tus lindos ojos negros alumbraron el cariño de otro amor... Amor de mis amores, reina mía, qué me hiciste que no puedo consolarme sin poderte contemplar. Ya que pagaste mal a mi cariño tan sincero, lo que conseguirás que no te nombre nunca más". Que nadie sepa mi sufrir. Enrique Dizeo.

Roberto (B) dibuja casas con chimeneas sin humo, con el antediluviano Paint, en la pantalla de su antiquísimo ordenador personal, mientras, en el reproductor musical de altavoces rotos, Leonard Cohen principia la versión de un tema de Sinatra.

Descubro una nota, entre montones de apuntes inservibles, que contiene cierto mensaje inquietante.

"La mejor canción nunca compone la lista integrantes en los discos editados".

Sí, la frase más adecuada de la entrevista se pronunció cuando la grabadora yacía apagada en un extremo de la mesa, junto a tazas de cafés agotadas que dibujaban posos trémulos.

Henry (M) me habla de fundas de violines, forradas de suave terciopelo, en la antesala de la sala de operaciones quirúrgicas de un hospital de Medellín.

Desconozco la infección que nos aqueja pero, a nuestro alrededor, sólo veo flechas doradas saltando y exudando mortíferos líquidos...

El pintor me sugiere nuestro parecido a la Leimadophis Epinephelus... y yo no alcanzo a expresarme en términos de inmunidad.

Nadie olvidó que las más venenosas serpientes silban bellos cánticos antes de atacar.

Cuando la taza adornada con un patético "I love you" se aproxima a hacerse añicos contra el suelo, la telefonista imagina los rostros de las voces que se erigen en sus interlocutores . El café es una mancha azabache en los desgastados azulejos.

Cuando quiera olvidar el rebotar de aquel corazón en mi pecho, ya habré aceptado el signo del recuerdo.

Quizá la condena no resida en pretender el olvido, sino en preterir el recuerdo.

Continúo agradeciendo el sonido de la máquina de aire acondicionado que me impide dormir... Siempre es menos doloroso señalar hacia algún culpable.

Si acuden a (mi) duelo, háganme el favor de vestir de riguroso luto. Silben y, si gustan, ataquen a las flechas doradas.

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