19 julio, 2009

NOTAS DE SUICIDIOS


Segunda acepción del término "suicidio" en el DRAE: "m. Acción o conducta que perjudica o puede perjudicar muy gravemente a quien la realiza".


Tras varios años de infinitamente triste compilación, Marcel decidió sacar a la luz un breve tomo dedicado a las notas manuscritas dejadas por los suicidas.

En su investigación, además de tres años, varios cientos de miles de kilómetros y múltiples y funcionales habitaciones de hotel, había observado una pulcritud y entrega que, en ocasiones, se confundía con obsesión.

Tal actitud le conducía, en determinadas ocasiones, a no aceptar como válida para su propósito la fotocopia de una nota que le era entregada por algún funcionario que investigaba el caso o por un apenado deudo.

Quería impregnarse del trazo original, de los recovecos y pericias de la mano que, acto seguido, iba a acometer el último acto, el definitivo, del que no cabe marcha atrás...

Discurrió y aprehendió universos extremos y marginales. Recopiló intrahistorias cargadas de desesperación y dolor, unidas, en la mayor parte de las ocasiones, por un denominador común, la soledad y el exceso de sensibilidad y reflexión.

Cuando su maleta estaba cargada de trece (la elección numérica no fue causal, huelga matizar) expedientes íntegramente documentados, Marcel emprendió el viaje de vuelta a su hogar, para redefinir las notas y el bosquejo de obra que guardaba en su ordenador portátil.

La negociación con su editorial fue auténticamente cruenta, acostumbrada como ésta estaba a recibir del escritor obritas más fácilmente digeribles para el grán público (según expresión literal del Director Financiero) pero, finalmente, Notas de Suicidios resultó publicada, convirtiéndose en el mayor fracaso literario del último año del siglo.

Marcel jamás supo entender (ni asimilar) el rechazo del público, de su público...

Pasados varios años, y con dos novelas más en el mercado que remontaron mínimamente la opinión generalizada del autor, Marcel evitó la multitud de Grenoble y se confinó en la bella e intrigante Kalkara, donde esperó, con resignación y cierto dolor por la condena cosechada por Notas, la hora de su muerte.

Unos quince años más tarde, una mujer se adentró en el Cementerio Naval de Kalkara.

Buscaba una lápida que, tras varios infructuosos intentos, se alzaba a su costado izquierdo.

Agachó sus rodillas y depositó un libro y una nota manuscrita.

Después, con pasó firme y un puñal entre sus manos, se marchó.

El viento arrastró el papel desde el cementerio al mar. Sus aguas acogieron, en su seno, la última confesión de aquel espíritu atormentado que había sido capaz de burlar el imperio de la ley, pero no el de su propia conciencia.

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