18 julio, 2009

OASIS


Vivo en un tortuoso desierto,
la conocida prisión de ataduras creadas,
resaltada por el inútil brillo de tarjetas de visita
que entregué en la antesala de acuerdos favorables.

En ocasiones, entre el hastío,
me refugio en un oasis,
que como intermitente Guadiana,
se manifiesta y desaparece.

Me adentro en el embriagador perfume de su brisa,
y refresco mi insorportable sed,
dejando que mis labios se lleven
el suave y refrescante beso del agua.

Pero la política de corrección y vigilancia imperante
pretende impedirme la estancia continuada,
y como el más aterrado de los proscritos,
huyo de la presión para resguardarme en el oasis.

La tregua concedida se evapora con rapidez
e inocula un irremediable y apremiante deseo de revisitarlo,
de recuperar esas sensaciones indescriptibles
que abundan más en la pureza por su carácter vedado.

Siento, en la permanente huida,
rumores a mis espaldas que ululan furiosos,
intentando inclinar, en mi contra, la balanza justiciera de una diosa
que desconoce el significado del pecado de amar.

Por ello, mientras el dorado de las tarjetas silba a mi lado,
continúo dirigiendo mi mirada al infinito, absorto,
y desciendo entre las dunas, rápido, esquivo, indolente,
deseoso de caer, preso maniatado, ante los azares del oasis.

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