09 julio, 2009

LA VIEJA


La vieja permanece muda, con la cara incrustada entre sus rodillas, sentada en el frío y astillado banco de madera.

Oculta un rostro surcado por arrugas, templado, doliente, permisivo con la adversidad, con esa templanza que únicamente los espíritus acostumbrados a la desolación saben mantener.

Su escaso pelo, el mismo que décadas atrás inspirara lindos versos escritos en insomnes noches, se aglutina en una mínima e irrisoria coleta que apenas acaricia el inicio de sus firmes hombros.

Varios visitantes la miran. Buscan sus ojos para personalizar un saludo, pero la mujer continúa absorta, indiferente ante el resto del mundo, reina en su palacio de espejos lleno de sombras y ausencias.

Mantiene un parsimonioso vaivén que hace crujir, suavemente, las astillas que unen los tableros del asiento.

Nadie advierte su salmodia, mientras sus largos dedos recorren las cuentas, redondeadas, de un nacarado rosario que el tiempo mutiló en varios tramos.

El viento sube por sus débiles piernas y le trae a la memoria historias envueltas en cúmulos de vapor y recortadas en viejas fotografías pérdidas en algún cajón ajeno.

En el puerto, algunas mujeres, cubiertas las cabezas con trasnochados pañuelos, esperan la llegada de noticias. Pero las gaviotas no recuerdan el nombre de ningún bergantín de pabellón checo.

Y la mujer tiembla. Nota como se acelera el paso de un corazón que deambula sin más ánimo que el de seguir.

Levanta su mirada del suelo y siente que un grupo de rostros anónimos le devuelven interrogantes para los que no encuentra respuesta.

Y, sobre sus hombros, advierte la pesada carga de un tiempo pretérito que el rencor impidió postergar.

Y, en las líneas que recubren sus párpados, el pesar se acomoda como el elefante que acude al cementerio para exhalar su último aliento.

Y, en sus manos, se escapan las fuerzas para sostener el sueño de la generación a la que parió.

Y sus ojos, cansados, ya no ven más que hacia dentro.

Jamás el popular mentidero comprendió su eterno velatorio a una lápida vacía.

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